Déjame contarte de Juan, es un hombre de 40 años, moreno quemado por el sol, su cuerpo regordete lo hace ver aún más bajo de lo que es, mide de estatura 1.70, ataviado con un pantalón color gris, de tela gruesa, con unas botas de trabajo todas maltrechas, mal amarradas, una camisa color beige, que amenaza iniciar una guerra de botonazos sin avisar. Lleva su cabello de casquete rebajado oculto en un sombrero de ala ancha y en su cuello amarrado un pañuelo de color rojo.
Juan está casado con María. María es una mujer fornida sin ser gorda, delgada sin ser flaca, sus brazos se ven marcados, fuertes, por el duro trabajo en su jacal. Su cabello negro como el azabache lo mantiene recogido en (un nido de calandrias) chongo sin forma encima de su cabeza. Piel morena, con unos ojos negros vivaces, con una sonrisa amplia que deja entrever unos dientes parejos, blancos, que contrastan con lo moreno de su rostro.
Viven en un jacal a las afueras del pueblo. Está construido con varas de palapa y con un techo donde los rayos del sol entran llenando de luz la humilde vivienda. Por las noches las estrellas juguetonas por los mil agujeros se asoman. No quedando atrás a luna que también a jugar se presta.
En su entrada se puede ver lo que la mano de María a hecho por ese pedacito de tierra, botes de plástico haciendo las veces de macetas con rosales, begonias, teresitas, yerbabuenas, epazotes, romero orejitas de ratón, etc., etc. de flores se llenan al llegar la primavera.
Un par de frondosos arboles de mango flanquean la entrada y que dan cobijo con sus ramas a una caja de madera colgada, en la que se ve al pequeño Joselo de 1 año, que ignorante de la vida alegre golpea un pedazo de madera haciendo alboroto. Alrededor del árbol corren, Mariana, María, María José, Juan, Juan Jose, de 7,6,5,4,2. Hijos de Juan y María.
Debajo de esos frondosos arboles esta una gran piedra, encima en cuatro troncos, que hace las veces de lavadero, fregador y baño. Una pila de ropa y trastes formados frente a la piedra esperan su turno para ser aseados.
Al fondo se ve a María cargando un balde de agua para llenar un tambo y seguir con sus quehaceres. Camina desenfada, sus pies descalzos caminan firme sobre la tierra, que se levanta a su paso.
- Mariana, José María, Juan, Juan José, no molesten a Joselo, déjenlo dormir.
Grita a los chiquillos que corren alrededor del cajón de Joséelo. Coloca la ropa en el lavadero improvisado diciendo.
- -Ya, solo falta la ropa, los trastes, caliento la cena de Juan y a descansar.
El tono de su voz suena a cansancio, hastargo, del rudo trabajo del hogar, de sus hijos.
Juan estuvo toda la tarde bebiendo en la tienda del pueblo, que también hace las veces de pulquería. Se despide y toma camino.
El recuerdo melancólico de la niñez llega a la cansada vida de Juan. Remoliendo con sus dientes lo que queda de una hoja de naranjo agrio, que encontró por el camino. Sus 40 años le pesan, pero le pesan mas las angustias y desasosiegos que arrastra su alma. Sus pasos arrastran por el camino polvoriento que lo lleva al jacal, un camino disparejo que se acopla a la danza de sus pasos vacilantes resultado de estar toda la tarde bebiendo mezcal.
Detiene su caminar y con la mirada perdida en la nada, intenta fijar un punto para continuar su camino. No puede mas y deja caer pesadamente su cuerpo al costado del camino entre un montón de abrojos y malezas silvestres. Cae con tanta fuerza que levanta una nube espesa de polvo. Su mirada se pierde a un mas y siente su mente dar vueltas, lanza un renegado grito.
-Ya me llevo la …… tía de las muchachas.
Después de un tercer intento por levantarse claudica en su lucha por tener equilibrio y deja que su conciencia lo pierda y que su mente lo lleve a donde quiera llevarlo.
La noche empieza a tender su velo, sobre la campiña, el viento suave de la noche empieza a soplar ligeramente sobre la cara de Juan, que, anestesiado por el alcohol y el embrujo de la noche, solo atina a mover sus manos torpemente sobre su cara, que dibuja una sonrisa tranquila que contrasta con lo moreno y tosco del resto de su cara.
De pronto Juan despierta y endereza su pesado cuerpo, restregar sus ojos, tratando de aclarar su vista, como pudo se pone de pie, lanzando maldiciones.
- esto estar viejo……no sirve de nada, se vuele uno inútil, torpe.
Se levanta y sacude la tierra del camino y empieza a caminar. Mientras avanza ve como el camino se vuelve diferente, ya no hay tierra, son piedras.
-ah chingaos y a que hora vinieron a empedrar el camino.
Se pregunta mientras rasca su cabeza. Sigue su camino y al fondo ve una casa. Apresura sus pasos y llega a la casa. Una casa con un gran portón de madera de dos hojas labrada, un techo de teja de barro tan roja, que parece pintada a mano. con asombro solo atina a decir.
- ¡La casa de mi apa!
Empuja levemente la puerta y se abre. Entra y ve a su izquierda una gran cocina, sin pensarlo entra y observa un gran petril que tenía tres hornillas y reposando en cada una de ellas sendas cazuelas. Recordó no haber comido desde la noche anterior, por lo que se desliza rápidamente a levantar las tapas de las cazuelas, con los ojos a punto de salir de sus cuencas dice.
- ¡ay frijolitos fritos!,
- ¡ayayay Costilla en salsa verde!
- ¡uy yuy yuy Arroz rojo.
Voltea buscando un plato en la grandísima mesa de madera adornada con un blanco mantel con unas flores de pastoras bordadas a mano. Tocando la esquina del mantel asombrado dice.
- ¡el mantel de navidad de mi ama!
Desconcertado empieza a ver a su alrededor y se da cuenta que esta en la casa de sus papás y dice.
- ¿Que está pasando, esta es la casa de mis apas, pero ya no existe Don Gervasio la compro cuando murieron?
Camina alrededor de la mesa tratando desenredar lo que esta viendo. De pronto empieza a oír un bullicio. Solo atina a esconderse entre el espacio del viejo refrigerador.
Ve entrar a Doña Catalina, vestida con un vestido blanco como la nieve, con su pelo peinado en una perfecta trenza.
-¡Apúrate Miguel!, los muchachos ya van a llegar y falta acomodar la vajilla.
Entra Don Miguel, con su bigote muy negro que contrasta con lo blanco de sus cabellos y cejas.
- ay, vieja, ya sabes que no son puntuales.
- se te olvida mujer, que solo viene Mario y sus hijos.
Doña Catalina haciendo una mueca molesta, continúa revisando las cazuelas. En silencio Don Miguel empieza la ceremonia de poner los platos en la mesa, los vasos, la jarra de agua, las servilletas. Todo esta listo para la maravillosa cena de navidad en familia.
Juan escondido en su rincón, se restriega una y otra vez los ojos, se pellizca, se rasca la cabeza, no alcanza a comprender que está pasando.
En la entrada de la casa, se oyen los ladridos de capitán, el perro labrador, que Juan recogió del bordo del arroyo todo desquebrajado y que cuido con tanto cariño.
- ¡Ese es, capitán! Dice asombrado. Mientras sus manos rascan una vez más su cabeza.
Un recuerdo amargo, llega a su mesa y tristemente dice.
- Pero a capitán, lo mato Don Valente, que porque le comió las gallinas.
- Si yo lo vi tirado, le dio tres balazos en su cabecita.
Sale de su escondite para ver a su perro capitán. En ese momento entra su hermano Mario que trae cargando un niño de tres años. Juan siente que su hermano lo vera, y ve su ropa toda llena de polvo, se ve sus manos sucias. Rápidamente piensa.
- Le diré, Sali del trabajo y no alcance a cambiarme, me vine rápido.
Apresura su paso al encuentro de su hermano. Pero Mario pasa junto a el sin verlo. Baja a su hijo y esculca las cazuelas de la hornilla. Estaba a punto de meter la mano en una de ellas, cuando un grito lo detiene.
- ¡Deja ahí¡! No meta mano.
- Primero salude a su padre, ándele salgase de la cocina.
Mario zalamero ríe y corre al encuentro de su madre.
- Venga acá, mi viejita chula, siempre tan regañona.
Mario alza en vilo a su madre que entre gritos y carcajadas festeja la llegada de su hijo. Juan esta a un lado de ellos. Entra Don Miguel acompañado de tres hombrecitos de 13, 12 y 11 años.
- Mira vieja, quien vino a vernos.
Doña Catalina desasiéndose del abrazo de Mario, corre al encuentro de los chiquillos.
- Mis niños hermosos, como están, que gusto verlos.
Entre risas y palabras de alegría sigue el festejo de Doña Catalina por los recién llegados.
Juan sale de la cocina, arrastra sus pasos, sus oídos parecen que van a estallar, siente que se encuentra en medio de un túnel. Las imágenes de sus padres su hermano, sus hijos danzan en su mente. Y ver a Juan Martin también con ellos, tan contento. Llega a la puerta y ve al entrar a capitán.
- Capitán tu si me vas a recibir con gusto.
- Tu si me vas a dar la bienvenida.
Ante su asombro capitán parece no ver a Juan. Sus ojos se llenan de lágrimas, para el que no lloraba, para el que siempre pensó que el llanto era solo de las viejas. Entre sus lágrimas ve como sus padres y su hermano acompañado de sus hijos alegremente cenan los manjares que preparo su madre. Vuelve sus pasos y cierra la puerta de dos hojas.
Ya no puede más seguir viéndolos tan felices, sus lagrimas corren, como el arroyo cristalino. Ya no detiene mas el grito de dolor que sale de su pecho, llora como cuando niño lloro por primera vez, que se cayo del caballo, como cuando Jesús Martin su hijo mayor, su orgullo por ser el primero le dijeron que se ahogo en el rio.
Lloro y en cada lagrima recordó cada unos de los rencores que en su pecho guardaba. Se dejo caer de nuevo en el camino, llorando hasta que sus ojos se quedaron sin lágrimas. Con la mirada perdida en la nada, con el corazón vacío de dolores, vio las figuras de sus padres y su hermano.
Molesto se levantó y con tono de pelea les grito.
- ¿A que vienen?, ya tragaron
- Ya se hicieron los que no me vieron.
Camino con gesto amenazante ante ellos. Para continuar diciendo.
- ¿A que me siguen?, ¡lárguense!
Les gritaba mientras intentaba agarrar una piedra del suelo
- Yo tampoco los quiero, déjenme solo.
La voz de su madre detuvo su ataque de ira.
- Juan hijo, espera escucha.
- Escucha a tu madre, dice don Miguel.
- Que me va a decir, si ya se que siempre Mario fue el preferido.
- No hijo, escucha. Repite Doña Catalina.
- Nosotros ya no estamos aquí, y no es tu tiempo de que estes con nosotros.
- Anda, seca tus lagrimas y ve con tu mujer que te espera.
- Ve con tus hijos. Tienes que trabajar duro, para sacar a tus hijos adelante.
Juan se quedó atónito ante lo que le decía su madre. En lo confuso de su mente recordó, sus padres ya habían muerto y su hermano Mario murió en un accidente junto con sus hijos. Y Juan Martin había muerto ahogado en el arroyo.
- No, yo quiero ir con ustedes.
- Yo necesito estar con ustedes.
- No hijo. Dice Don Miguel. Aun no es tu tiempo.
Las figuras empiezan a difuminarse frente a los ojos de Juan, que desesperado abraza el aire intentando detener a su familia.
- No, no se vayan. No me dejen.
- Juan despierta, despierta,
La voz de su esposa lo saca de su ensueño. Mientras lo ayuda a incorporarse empieza su regaño.
- Cuando vas a entender, esas borracheras no te dejan nada bueno.
- Mira como estas todo como zonzo
- Ándale camínale para el jacal.
- Por tus borracheras otra vez, se te olvido este año que hoy es 02 de noviembre día de muertos.
- Y como el otro año. No fuimos a visitar a tu familia en su tumba.