Nadie vendrá a tocar la puerta para decir que mi tristeza es la misma tristeza de los perros. Nadie estará bajo el umbral pisando su propia sombra encima de la mía con los ojos enredados en tus ojos y sin saber dónde en qué nube sobre qué aire posar los brazos. No vendrán las plañideras envueltas en lástima y sudario con magnitud de negras olas y viudo estruendo de relámpagos. A nadie veré por la ventana con la urgencia de quien llega a decir palabra por palabra amor aquí me tienes. ¿Qué lugar es este donde las tazas de café enfrían su amargura y el alba golpea las raíces de una carne? ¿En qué reino condenado a la ebriedad tornó la casa de tu ausencia sin la mía? Ya no vendrás a darme de beber en el cuenco de tus muslos ni a mirar la floresta deslumbrante que marchita a la vista del agua y sus espejos. Aquello que forjamos dentro de estos muros terminará por apagarse. Pero antes que la oscuridad nos reclame colmaré de vino otra vez los vasos para que la felicidad descienda en ti y en mi como una ráfaga de aves tras la lluvia.

Apócrifo de Jorge Teillier
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