Casa bonita por Armando Polanco

Casa bonita

Una casa que parece de sueño, al menos para quienes vivimos modestamente y nos conciliamos con nuestra circunstancia de tener cuarto sin terminar, con piso firme, una cama, un comedor y escritorio a la vez, dos sillas de plástico para las contadas visitas, mi televisión por abonitos, mis dos perros como única familia y mis plantas regadas con manguera tres veces por semana.

Mi tránsito por esa calle deseando encontrarme con un taxi colectivo para llegar a tiempo a mis obligaciones en Colima me obliga admirarla cotidianamente.

La observo mientras sigo caminando, los detalles de ventanas y puertas de madera, herrería y cristales, acá un estudio impecable, muchos libros quizá sin leer, finas cortinas bailan sutilmente por breves corrientes de aire, luego de este, la entrada principal con herrería nunca oxidada, un jarrón sentado en una pequeña mesa con fino mantel da la bienvenida, la puerta con diseños montados en cristal todo brillante como si acabara de salir del taller pero no, es resultado de la labor diaria de una mujer que trabaja ahí, cargada con franelas, spray, escoba, sacudidor y otras cuantas botellas para limpieza, abrillanta cada centímetro de la madera, la herrería, los cristales incluso más allá de su regular estatura parada sobre una mediana escalera, quita de la marquesina todo vestigio de telarañas, abejas, nidos de pájaros o polvo acumulado.

La atmósfera de esta casa es de buen gusto, en paredes y muebles los colores armonizan con los demás objetos y qué decir del piso, un espejo, a la velocidad de la mirada y por la claridad de las primeras horas de la mañana, mirarlo desde la calle el piso invita a tirarse a todas anchas en esas horas de sofocante calor, volcarse en un baño de pereza refrescado por los sutiles aires que entran y circulan desde los ventanales a cierta altura.

Los muebles tienen formas esperanzadas, atónitas, parecen sonámbulos estáticos con lenguaje mudo igual a las flores, las nubes. Todo limpio, ordenado, no hay nada fuera de lugar o dejado allá por desidia o mal gusto, sería una blasfemia.

Sus propietarios, dos viejos con vidas resueltas duermen quizá en amplia habitación cansados de seguir haciendo dinero cada uno en sus respectivas distracciones, sus hijos, nietos, bisnietos no sueñan esta casa, ni juegan, ni rompen, ni ensucian. Incluso no hay señal humana, salvo la trabajadora dedicada ochos horas a hurgar en intersticios invisibles.

Al fondo las plantas y sus flores vienen a dar un toque de cálido invernadero, su poder natural recrea el ensueño, cercana a la alberca de regulares dimensiones.

Todos los días camino a encontrarme con un taxi colectivo para llegar a tiempo a mis labores en Colima, mis ojos como imán se extravían en esta casa y cada vez descubren nuevos detalles, nuevos colores y nueva luz que enciende cierto rincón, me enfado conmigo de ser observador inconsciente.

Me sorprende esa casa bonita por tanta soledad regada y el supremo silencio que la abraza hasta dejarla vacía.


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