Es junio y las nubes no aplastan este lugar de terrible calor como brasas dentro de un fogón, mediodía en esta calle con árboles secos, perros jadeando, pájaros muertos de sed.
Soy mi propio fantasma, sin poder salir a ningún lugar, habito una casa olvidada en este pueblo, la que recorro escasos metros hacia el baño, a la cocina, hasta llegar a la banqueta con basura, mierdas y lodo de quien todo lo arroja precisamente aquí.
Me viene el mismo recuerdo de vivir sin familia que vea por mí, aparece para llevarse los segundos de regocijo, de optimismo.
Las noches y sus estrellas son respiraciones entre cortadas, temeroso de que sean las últimas de mi existencia, mientras de la calle, los pitidos de carros, las pláticas, el olor de tacos, no interrumpen el vuelo de historias en desorden sin autor protagónico.
Caliento agua para mi café y embarro unas tortillas con frijoles agrios, mosqueados de hace días.
Los cohetes, los malditos cohetes vuelven a asustar a mis dos perros que se arrinconan lo más lejos.
Día de San Pedro, día que llueve, lo registra el calendario litúrgico aunque no es verdad, hace un calor endemoniado.
Ni salir a la calle que hay balazos, secuestros, cuerpos desmembrados y políticos burlándose de todo, son las voces a toda hora, en pláticas que pasan por mi banqueta y agarro al vuelo mientras sigo adentro de esta casa como fantasma olvidado en este pueblo de terrible calor.