CMYK Por Jesús Adín Valencia

CMYK

A deshora, el silencio escurre de la casa de un artista. Artificial, femenina y aletargada suena la voz del reloj despertador que, en vano, intenta romper el sueño del único inquilino:

Son las tres horas, cero minutos
Son las tres horas, cero minutos
Son las tres horas, cero minutos

Mutismo y quietud prevalecen hasta la ocurrencia de algo inesperado. El mando central de la casa, un dispositivo táctil holográfico a escasos centímetros de la puertattzzzzztprincipal falla. Se alteraran de inmediato sistemas de audio e iluminación, al igual que mobiliario factible de manipulación ergonómica. Comienza a moldearse la edificación en algo parecido al barro fresco. Despiertan los colores.

Veamos la siguiente acotación un poco, digamos, cientificista: En el desarrollo de composiciones temáticas, marcado por patrones activos -esto, a fin de darle mayor dinamismo a obras plásticas post contemporáneas- los colores del futuro en la presente historia se componen de la más avanzada nanotecnología. Ordenados en vínculo de gamas hexagonales reconocen gradaciones, comportamientos armoniosos, responden a la belleza. Por ejemplo, la reproducción parodiada de «De sterrennacht», vivifica el parpadeo radiante de cada mínimo destello, además de expresar oscilaciones perpetuas en las espirales del cielo. Desde luego, la técnica ultra post-contemporánea levantó polémica y rechazo de los conservadores.

Durante la lectura del párrafo anterior, murmuraron de principio mientras abrían los ojos; casi de inmediato desarrollaron extremidades en tres dimensiones para mayor desplazamiento.

A escala propia lograron generar lo más sorprendente: fe, gnosis, libre albedrío, sin atender leyes robóticas inspiradas en Asimov.

Encendieron ellos mismos la luz. Redundó la habitación en un auténtico poltergeist. Pinturas en movimiento por doquier, los colores personificaron roles. Amarillo hizo alardes de riqueza, expresaba abiertamente su alegría; Rojo, impetuoso, imitó al fuego al subir por las paredes, sangre al bajarlas; Verde manifestó a sus degradados un discurso sobre las diversas representaciones de la vida; Negro denotó eventos misteriosos, el origen de la humanidad; Blanco demasiado pronto adquirió mácula. Cian, el único poeta, amigo de kieslowski, Darío e Yves Klein, lleno de curiosidad hurgaba entre apuntes y bocetos en busca de ideas puesto que, dijo: estoy seguro, la inspiración es una falacia.

Magenta, por su parte, trató de convencer a varios degradados de hallarse lo más próximo al misticismo.

Después de seis días de arduo trabajo, era válido que el artista tomara el séptimo para descansar. Así lo hizo. Se abandonó al sueño de los justos sin imaginar que mientras tanto el estudio, la casa entera transmutaba. Surgió una mezcla de seres armados con pinceles, brochas, espátulas, rodillos, atomizadores, popotes, maquinando entre el orden y el caos.

Aparecieron cuatro o cinco retratos por ahí, de personajes creados por los mismos colores, a los cuales rendían culto. Alguno pintó lo más parecido a un crítico de arte a manera de némesis complementario, algo maligno, basado en la propia rebeldía.

Al despertar el artista se observó la ropa matizada, totalmente psicodélica. Algunos cuadros auténticos, aquellos de creación castiza, acabaron perdidos entre las paredes y el techo bajo un collage de múltiples formaciones móviles. Lleno de furia ante el desplazamiento, resolvió destruirlo todo, absolutamente acabar de buena vez con aquella insurrección, borrarlos de la faz del estudio, matarlos, echarles un diluvio de aguarrás.

A punto del exterminio, meditó la situación. El artista decidió sentarse a observar aquel fenómeno extraordinario de generación espontánea -no sin aires de supremacía- como niño inclinado a mirar cualquier ínfimo, pero bastante metódico, caminito de hormigas.


Publicado el

en

Autor: