El día que trepamos al árbol fue cuando asaltaron por sorpresa el jardín donde bailábamos.
Cada sábado por la noche, organizábamos un espectáculo de baile. Se vendían las entradas en el porche, no el coche, sino el porche de la casa, con maderas carnosas, que terminaría siendo una carpa de jardín.
Y se acercaban los curiosos, los invitados, gente de bien y gente de mal, edades sin moldear.
Cada cual con su volante de color negro podía tener acceso a un lugar en alto o en bajo, según si utilizaba mucho plástico fresco, es decir sin reciclar, o se presentaba completamente plastificado para evitar los contagios.
Arriba del porche se amontonaban los cuerpos plastificados, tumbados de lado, y se intentaba en la medida de lo posible colocarlos para conseguir un degradé, un arcoíris, vaya…
Aunque no tuviese nada que ver con el movimiento LGTBAHZ.
Nosotros, los que al final treparíamos al árbol, habíamos estipulado en el protocolo de los espectáculos que el sexo anatómico no intervendría en la coloración de los plásticos.
Bueno, para situarnos, el espectáculo ¡Genial! Tuve una tortícolis, desde abajo con el mentón en alto y la vista en vertical…
Miré debajo de las faldas de la que mejor bailaba, porque si baila muy bien se agranda tu inteligencia, sí, evidentemente, con el espagat.
De ahí, la tortícolis.Así que empecé a aconsejar a la gente que fuera a ver el espectáculo.
Por supuesto que las razones no dejaban de ser estrechos muros desde donde uno se cegaba. Vaya, vaya…
El día que trepamos al árbol, había tanta gente que cuando irrumpió la policía, se descolocó la carpa del jardín, ya habíamos utilizado la madera del porche para ampliar el escenario, y cada cual como pudo trepando al único árbol, se preguntaba: ¿tentativa de evasión?