El primer niño con estas cualidades nació en aquél remoto año 2020.
Pocos recuerdan lo sucedido, la pandemia ocultó este y otros extraños sucesos que trajo consigo el virus que azotó al mundo entero o eso se creyó en aquellos años.
Nada es lo que parece y aún estás cosas por más extraordinarias que parezcan tarde o temprano terminan por normalizarse.
Hoy en día los niños wifi son comunes, pero hace 120 años no era así.
Esta es la historia de Mauricio, el primer human edge, conocido en aquellos años como el niño wifi.
Mauricio nació durante la cuarentena impuesta por el gobierno en el verano del 2020.
Sus padres lo sacaron del hospital lo más rápido que pudieron, envuelto en varias sábanas tratando de protegerlo del bicho que en aquellos días no se sabía bien a bien en qué consistía el contagio.
La madre recién terminada su labor de parto, aún convaleciente apresuraba el paso atrás de su marido quien con la mano derecha cargaba al recién nacido y con la otra tiraba de la mano de su esposa, ambos buscaban asorozamente la salida mientras a sus espaldas los médicos clausuraban puertas y colocaban letreros azules y blancos con la leyenda “Zona Covid”.
Los domingos por la tarde son extremadamente aburridos y durante el confinamiento se volvieron insufribles.
Sebastián esperaba la llegada de su hermano a casa sentado en la sala mirando una pantalla donde se proyectaban diversas imágenes que para ese momento ya no tenían ningún sentido para él.
Llevaba dos días completos jugando videojuegos, viendo vídeos y navegando en aquella antigua Internet por cable que hoy sólo se puede ver en los museos de tecnología.
Su padre le había dejado víveres y le había dado las indicaciones para sobrevivir dos días solo en lo que su mamá realizaba las labores de parto, hasta regresar del hospital.
Cuando Sebastián conoció a Mauricio no pareció sorprendido, tampoco entusiasmado, incluso parecía un tanto indiferente como si esa criatura nada tuviera que ver con él. Sin embargo eso obviamente cambiaría muy pronto.
Durante los meses siguientes. La crisis económica originada por la pandemia dejó al padre sin empleo. Pronto los gastos de la casa se vieron reducidos al mínimo. Las pocas comodidades y escasos lujos desaparecieron y Sebastián se quedó sin la conexión a Internet que le permitía paliar esos días pandémicos de intenso aburrimiento. Ya no tenía Internet o al menos eso creyó.
A pesar de no tener servicio de Internet en sus dispositivos, a Mauricio le seguía apareciendo una red disponible. Al principio pensó que era la de alguno de los vecinos.
Intentó obtener la contraseña siguiendo algunos tutoriales de hackeo y el uso de un software que había encontrado meses atrás en la red.
Todos los intentos fueron infructuosos. La red se mostraba disponible de manera intermitente durante el día.
Siempre estaba al acecho de esa conexión pero esta no parecía tener un horario definido para aparecer, mucho menos un tiempo definido en su disponibilidad.
Pero todo cambió el día en que su madre pidió a Sebastián que cuidara a Mauricio.
Sentado frente a la cuna de su hermano, Sebastián sacó su teléfono móvil, aquellos rudimentarios aparatos con los que los niños de esa época se embelecían horas y horas, antes de que los neurotrasmisores de conectividad remota se popularizaran.
Sebastián volvió a intentar hackear el acceso a la red. Esta vez la señal aparecía mucho más intensa que cuando lo intentó desde su cuarto o desde la sala de la casa. Pronto se percató de algo bastante curioso. Cada vez que intentaba hackear la red, Mauricio se reía, y sería cosa de pura coincidencia, pero aquél bebé no dejaba de reír a cada intento e incluso sus carcajadas eran más grandes cuanto más intenso era el ataque del software que Sebastián utilizaba para conseguir conectarse.
La risa provocó que el bebé se levantara. Mauricio se incorporó trabajosamente agarrándose del barandal de la cuna y parado como estaba ahora, seguía riendo, mirando a todas partes con esa gracia que sólo los bebés de pocos meses de nacidos tienen.
Intrigado, Mauricio decidió probar algo. salió del cuarto de su hermano y desde el pasillo miró el teléfono, la señal apenas si se había atenuado. Vio cómo Sebastián lo miraba parado desde su cuna. Se dirigió a la sala y en efecto la señal apenas había disminuido un poco, casi nada. El pequeño ya no se reía.
Decidió salir de la casa. Estando en la calle miró de nuevo el móvil. La señal había disminuido muy poco. Después de pensarlo un poco cruzó la calle. Desde la acera de enfrente la señal seguía disminuyendo.
Se encaminó hacia la esquina de la calle, cuando llegó a la esquina, aún desde allí podía ver su casa. La señal se había reducido a la mitad, pero aún así la señal se mantenía disponible.Meditaba sobre la relación que podría haber entre la señal y su hermano cuando de pronto escuchó el grito de Mauricio, un llanto intenso y desgarrador que inundó la calle de lado a lado. Mauricio no pudo evitar mirar su teléfono, fue su primera reacción, la señal se había intensificado hasta completar el cien por ciento del indicador de recepción de señal.
Sebastian guardó el teléfono en su bolsillo trasero del pantalón y regresó corriendo a su casa.
Mauricio se había caído de la cuna y la señal había desaparecido. Sebastian nunca habló con sus padres de esa relación curiosa o extraña que existía entre su hermano y la señal fantasma que aparecía y desaparecía según estuviera dormido o despierto el bebé. Tal vez de haberlo platicado las cosas tampoco hubieran resultado muy diferentes, esto tarde o temprano hubiera sido un caso de seguridad mundial, tal como sucedió varios años después.
La primera conexión que Sebastián logró establecer a través de su hermano fue cuando Mauricio tenía cuatro años.
La pandemia comenzaba a considerarse cosa del pasado. Sebastián jugaba con su tableta, así les llamaban a unos aparatos que se usaron en las primeras décadas de ese siglo que con la llegada de las pulseras de proyección holográfica, esas cosas ridículamente llamadas tabletas quedaron en el basurero de la historia de la tecnología.
En aquella ocasión Sebastián se había quedado sin conexión a Internet. Su módem funcionaba bien, al parecer la falla estaba en la conexión del proveedor. Sin embargo, Sebastián se percató que desde el cuarto de su hermano provenían voces de lo que podrían ser dibujos animados.
Intrigado, Sebastián fue al cuarto de Mauricio. En efecto, el niño pequeño de escasos cuatro años veía, acostado desde su cama, vídeos infantiles a través de su Smart tv, ya no vale la pena mencionar lo que pasó con esos electrodomésticos porque es bastante obvio.
Sebastián no daba crédito a lo que estaba presenciando. Confundido miraba al pequeño y luego a la pantalla. Repitió esta acción varias veces tratando de asimilar la situación.
Contrariado, aún sin encontrar una explicación lógica, Sebastián se acercó a su hermano, se acostó junto a él en la cama y le dijo, hey Mau, Mau, yo también quiero eso, quiero ver la tele, y Sebastián le mostraba su tableta y repetía la misma letanía Mau Mau, yo también quiero eso, comparte conmigo, soy tu hermano. Luego miraba la tableta. Pero esta seguía sin conexión. Y volvía a intentar convencer al pequeño. Aunque tal vez no era un tema de convencimiento sino de entendimiento.
A los cuatro años ya hablaba pero su razonamiento era el propio de un niño de esa edad. Sebastián no cesaba en su insistencia, era el típico niño obsesionado con la Internet, tal como dicen que eran aquellos niños llamados graciosamente millennials.
Así que en una de las incontables peticiones que hizo a su hermano, se le concedió. Miró la tableta y esta ya tenía conexión a Internet. Sebastián salió disparado del cuarto de su hermano, contento y feliz, pero así como salió de rápido, rápido regresó.
Volvió a acostarse al lado de Mauricio. Mau, Mau, yo sólo quiero conectarme, me refería a eso y no a ver exactamente lo que tú estás viendo. Mauricio parecía no escucharlo, miraba absorto las caricaturas. El teléfono de Sebastián vibró, había recibido un mensaje. Cuando abrió el mensaje encontró un emoticon amarillo de una carita feliz.
Miró a su pequeño hermano quien también lo miró y le sonrió, Sebastián abandonó molesto la habitación de su hermano.
Pasados los años Mauricio aprendió a dominar su capacidad selectiva de dejar conectar a unos y otros dispositivos a su señal.
Llegado a la pubertad Mauricio tenía largos periodos de aislamiento. Ya en la adolescencia se volvió huraño y un tanto antisocial.
Se quedaba pensativo por largos periodos de tiempo y sólo regresaba cuando Sebastián le insistía tanto en dejarlo conectarse que no tenía más remedio que compartir la conexión a Internet con él para que lo dejara en paz.
El secreto seguía a salvo entre los dos hermanos.
Hasta ese momento por más extraño que pareciera, y en verdad lo era, les resultaban más una ventaja que un problema.
Pero eso cambiaría mucho cuando ambos llegaron a la adolescencia, Mauricio sabía todo lo que Sebastián hacía en Internet, se enteraba de lo que veía, escuchaba y con quién platicaba, incluso leía sus mensajes de texto y escuchaba y veía sus llamadas.
Así que los hermanos tenían sus diferencias y Sebastián cuando quería ocultar algo de Mauricio se conectaba a cualquier otra conexión que no fuera la de su hermano.
A pesar de esto mantuvieron el secreto un poco más hasta que Mauricio al salir de la preparatoria y con la idea de conocerse un poco más decidió estudiar la carrera de Telemática. Eso lo cambió todo.
Sebastián ya estaba por graduarse de la escuela de arquitectura cuando comenzaron a suceder cosas, por decir lo menos, en verdad serias.
Mauricio aprendió a conectarse a otras redes, a transmitir y recibir archivos y a acceder a bases de datos clasificadas.
Las cuentas bancarias de la família de la noche a la mañana se incrementaron con varios ceros de por medio y Mauricio se pasaba días completos encerrado en su cuarto mientras a la casa llegaban entregas, del servicio de paquetería de todo tipo de objetos, necesarios, innecesarios y algunos muy estrafalarios.
Los papás pasaron de la felicidad al asombro y pronto a la preocupación. El teletrabajo que decía su hijo que hacía para empresas extranjeras ya no parecía tan buena idea como en un principio.
Mauricio tuvo que mudarse a otra casa para no seguir preocupando a sus padres y sobre todo dejar de escuchar a su hermano decirle que ya parará.
La comunicación entre los hermanos era cada vez más distante, Sebastián recibía mensajes de texto de Mauricio cada vez más esporádicos y más cortos.
Un día le avisó que ya no podía seguir viviendo en la ciudad. Meses más tarde le informó que se iría no del país. No dijo a dónde.
Lo último que Sebastián supo de su hermano fue por los noticieros, cuando los telediarios de todo el mundo daban la noticia de que por fin la policía cibernética había atrapado a uno de los hackers más buscados del mundo.
Después de estar dos años en prisión. Mauricio fue entrevistado por algunos influncers en distintos videblogs y allí confesó su secreto y en varias ocasiones dió muestras de sus habilidades psicocinéticas.
La foto de Mauricio apareció en todos los dispositivos conectados a internet y fue tendencia mundial por varias semanas. Pero la sociedad del espectáculo es insaciable y pronto otros prodigios llenos de morbo y ridículo acapararon la atención.
La noticia del primer rabdomante cibernético vivo quedó en el olvido.
Hoy en pleno año 2140 ya no es novedad que nazcan niños con esta cualidad, y sin embargo en aquellos años tampoco se lo tomaron tan en serio a pesar de que allí había iniciado la era de lo posthumano.
Regresando aquél remoto día de la captura de Mauricio, por la noche, su hermano Sebastián preocupado por él, encendió la computadora, reconfiguró la conexión a Internet tal como Mauricio le enseñó y escribió apresuradamente un mensaje.
Después de un par de minutos su teléfono móvil vibró, miró en el y vió el emoticon de una carita feliz.