María Angulo en su texto dedicado a la obra cronística de Caparrós, establece una línea de análisis que se enfoca en tres ámbitos, que denomina niveles de verdad: El trabajo de campo y documentación periodístico, la verdad conceptual centrada en el terreno de las grandes ideas y por último el estilístico, que prioriza la mirada personal del escritor. A su vez, Angulo relaciona esta realidad tripartita con la función narrativa, la argumentación y el yo poético, que pone en juego los recursos de estilo, la emotividad y formas más personales como el ensayo fragmentario o cierta proximidad al diario.
Antes de realizar un breve análisis a la luz de estos planteamientos, en relación a la crónica Apóstoles-San Pedro (Provincia de misiones), hay que recalcar que el trabajo de Caparrós, está centrado en nuestra época, ya no hablamos del cronista americano del cruce entre el siglo XIX y comienzos del XX, no se trata de autores como Sarmiento, Martí, Gutiérrez Nájera, Nervo o Darío[1], esos que cargaban sobre sus hombros el peso de la edificación de una épica nacional y una identidad continental.
Caparrós desde nuestro tiempo, aborda temas que resaltan la crisis actual del mundo americano, y el mundo en general, tras la caída de los grandes discursos racionalistas y del progreso, enfrentado a un capitalismo devorador, la globalización, la mala distribución de los recursos, la contaminación, en síntesis, un autor posterior a las guerras mundiales y las dictaduras que azotaron nuestro continente. De modo que, al remitirnos al plano de trabajo de campo, creo que es importante la memoria histórica y el recorrido que el autor realiza como viajante que escapa de la noción de turismo y busca integrarse, pese a su condición de sujeto de paso.
El texto en revisión abre con un sincero llevo días en la ruta, y la consiguiente apelación de un poblador que reconoce la condición de foráneo del cronista. En esa medida, resulta interesante a lo largo de todo el texto, cómo Caparrós, no impone una mirada unilateral y jerarquizada en torno a la realidad que nos presenta, al contrario permite hablar a los distintos habitantes que trabajan la tierra y viven en estas comunidades al margen del centro. Aquí se presenta un punto en común con lo defendido por Sarmiento en el Facundo, al poner el foco en lo que afecta a las víctimas, a los usualmente silenciados y excluidos.
Un rol crucial cobra la caracterización de los lugares por los cuales transita el cronista y que se van construyendo al alero de lo enunciado por los sujetos en dichos espacios. Cuando nos habla de Oberá, localidad de amplia diversidad en sus creencias religiosas, el hecho es reafirmado por el chiste que un poblador hace al indicar: este es el único lugar en que Dios tenía dudas teológicas.
También se puede apreciar cierta nostalgia por un mundo perdido, al referirse al campesino con el machete, figura predominante de la identidad continental, que se puede encontrar en el gaucho, huaso u hombre andino.
En cuanto a la documentación, que va más allá de lo testimonial y esa interacción que añade elementos coloquiales a la crónica, están los derroteros históricos que Caparrós revela en torno a la yerba mate, su relación con los jesuitas y la anécdota de Bonpland. Mientras que, en lo referido al plano de las ideas, lo argumentativo y la verdad conceptual, tenemos la mirada personal que Caparrós sostiene en torno a la globalización como la forma más acabada para uniformar a la sociedad. En cierta medida se burla de la gentrificación de ciertas prácticas antes relegadas a los barrios miseria, al lumpen y lo marginal. De improviso son producto de una veneración kitsch o adopción producto de las tendencias, pasa con el fútbol, la música y el mate, en este último caso se plantea una condición contradictoria, pues de pronto es tomado por quienes lo denostaban y su comercialización se masifica, sin embargo, no deja de tener un poderoso sesgo patrimonial, ligado íntimamente al mundo Rioplatense. Desde esta parcela Caparrós asesta un golpe a ciertos mecanismos del cosmopolitismo y su apariencia de originalidad con identidades prefabricadas.
Esto del mate guarda relación con la historia que relata sobre Aisha y el hambre. Ante su respuesta honesta y libre de pretensiones, sobre qué pedirías si tuviera el poder, a lo que esta responde dos vacas para poder comer y vender sus productos, en lugar de pedir un departamento lujoso o un vehículo, lo cual permite al autor dar una crítica al consumismo desmedido y denotar cómo en este espacio de pobreza subyacen ciertos valores y formas de vida, condenadas a su extinción producto de los modelos estereotipados de éxito.
Por último, en lo referido al estilo, el mismo Caparrós señala en la entrevista las evoluciones que ha tenido su prosa abandonando el barroco por cierto tipo de realismo más visceral que le permite abordar estos temas que se adentran al corazón de Argentina sin enmascarar con una representación idealizada, al contrario asesta varios golpes y cierto tono irónico que contrasta con la pobreza relatada y la desesperanza, sobre todo en la historia final del hombre que trabaja el tabaco. En lugar de hacer de su prosa un discurso panfletario, Caparrós deja se filtre la picardía criolla, la voz testimonial de estos pueblos abandonados a los cuales la promesa del progreso ha ido de la mano con el aprovechamiento político y el posterior olvido.
Como señala Angulo, es usual en la prosa de Caparrós, el revelar las contradicciones y lo que para el autor entraña irrisión y burla sirve de combustible pero sin desencanto o de cara al abismo, pues todavía en el humor conserva un mecanismo para hacer frente a la monstruosidad ambiental.
Interesante es la mención a la mariposa muerta de Bradbury para hablar del autor, Caparrós yendo al pasado por noticias que comunicará al futuro. Algo que Julio Ramos destaca sobre la labor cronística de los autores americanos.
El movimiento exotópico de los autores que más bien iban en busca de un ideal futuro, desde el cual traer noticias al presente en edificación. El tránsito sigue siendo esencial para la crónica, los desplazamientos. En el caso de Caparrós, la búsqueda por trazar rutas lo lleva al mundo rural, a habitarlo, transita, come con los locales, conoce los lugares de festejo, sus medios de supervivencia y se impone de sus historias, se empapa de nostalgia, pasando en algunos casos a ser un hito o momento en las vidas de estas personas y su espera. Por tanto, la actitud de observador, así como el contexto del viaje que suele ratificar la persistencia del viajero, operan como un espejo, pues lo observado dialoga con el trayecto interno, los recuerdos y aprehensiones de “el que viene de afuera” y por intermedio de la escritura de este, cruza al lector que ante el viaje del texto debe replantearse, en un juego en que la memoria colectiva nos cruza y tensiona. Como dice Angulo Egea “Los viajes dejan recuerdos intensos que complacen, que retienen la fugacidad y la rapidez diaria. Esa sensación de intensidad y densidad temporal conforma las crónicas de Caparrós.”
[1] Confróntese mi texto sobre la crónica decimonónica. https://www.lacallepassy061.cl/2017/10/a-proposito-de-desencuentros-de-la.html