El viaje y la memoria por Hernan Fernando Tenorio

El viaje y la memoria

Un día compré La casa y el viento de Héctor Tizón, en una librería de saldos en la calle Corrientes. Me costó tan sólo veinticinco pesos. Muchos libros usados traen el precio escrito en lápiz y, no sé por qué, siempre me gusta dejárselo. A simple vista la novela me llamó la atención porque estaba forrada con un contac transparente, a pesar, o quizás por eso, de que el estado general era bueno.

Cuando salí del local, caminé una cuadra y tomé el colectivo cinco. Aunque no encontré un asiento, saqué la novela y comencé a leerla de pie. Unas cuadras antes de bajarme, me di cuenta de que no tenía un señalador para marcar hasta dónde había llegado. En un principio utilicé la solapa pero, justo antes de descender, llegué a una página y me encontré un viejo boleto que decía de arriba hacia abajo: “TRANSP. RAWSON / TRELEW RAWSON”, a la derecha: “SERIE 094 / 34657”. Y del dorso, una frase de Hazlitt: “EL SILENCIO ES UNA DE LAS ARTES MÁS GRANDES DE LA CONVERSACIÓN”, debajo de la frasecita: “Diseño/imp HUSERO Y CIA. Era uno de esos boletos que existieron mucho pero mucho antes que la SUBE y que hoy, creo, están extintos.

Hace algunos años la gente coleccionaba sus pasajes; sobre todo si eran capicúas. Todos mirábamos el número y cuando tenía la característica de leerse igual para un lado y para el otro, ¡sí que éramos felices! Muchos pensaban, o al menos lo intuían, que habían vencido al destino, que el azar los había elegido en esa oportunidad y que estarían protegidos, como por un campo de fuerza o un amuleto mágico, al menos por unas horas, hasta que se olvidaban del boleto y su poder se debilitaba.

Lo más interesante, al menos para mí, que me llevó a guardar esta historia en algún lugar de mi memoria, fue que la obra de Tizón comenzaba con un exilio. Se trata de un hombre que decide dejar su casa y a sus perros en la puna para irse lejos de su pueblo, del país. En el prólogo, el mismo Tizón cuenta que escribió la novela cuando estuvo exiliado, durante la última dictadura militar. La novela comienza con esta frase: “Desde que me negué a dormir entre violentos y asesinos, los años pasan”.

Para escapar, el personaje y narrador hace un extraño viaje hasta La Quiaca, a la frontera. El viaje incluye un trayecto en tren, otro en un camión (luego se le sumará un viaje en mula, micros, y hasta trayectos a pie). Pero cuando llega se da cuenta, no se explicita bien por qué (hay una serie de hechos sugeridos: conversaciones misteriosas que escucha y entabla con el chofer del camión y con otros lugareños, voces, rumores), de que por ahí no va a poder pasar, que va a tener que cruzar por las alturas. Entonces comienza a recorrer pueblos, hasta dar con un lugar y un momento adecuado para cruzar.

Junto a este viaje comienza otro viaje que es el de la memoria. El hombre va despidiéndose de sus vecinos y de la tierra que conoce bien, su patria. Sus recuerdos se alimentan con mitos locales, historias que todos conocen, o conocen en parte. El narrador intenta, con las distintas versiones que le van contando, armar un rompecabezas, escribir una versión que nunca pretende ser definitiva.

Y cuando llegué al segundo capítulo me encontré con este párrafo maravilloso:
“¿Cuál fue el verso de la copla perdido y recuperado al morir? ¿Ese verso era una clave remota, un remedio secreto contra el olvido? Algunos dicen que es el mismo que los brujos usaron como conjuro y que sólo sirve en el último instante. Yo lo buscaba ahora, y aunque nada de lo que vi o escuché durante el camino me ayudaba a descubrir algún indicio, seguí adelante, porque sabía que llamar realidad sólo a lo que vemos es también una forma de locura”.
Una de las primeras historias que intenta reconstruir es esta, la de Belindo de Casira, un poeta de la zona que nació y murió de forma extraña, compleja.

Cuarenta y ocho horas después, en otro colectivo, terminé de leer el libro. Pensé que había usado el boleto con el fin que, quizás, su anterior dueño le había destinado y por eso había quedado ahí adentro un tiempo, al parecer muy importante, porque el boleto se fue desintegrando a medida que fui avanzando en la lectura, era realmente viejo. Y cuando llegué al final ya no quedaba casi nada de aquel señalador que me acompañó en esos días que duró la lectura.


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