Esperando a los bárbaros

Por qué no me di cuenta cuando levantaron las murallas?
Nunca escuché a los albañiles, nunca un ruido…
Imperceptiblemente me encerraron fuera del mundo.
Constantino Cavafis

Cayó la noche y no llegaron

aquellos que debían detenerme.

Los caballos lloraron la muerte de Patroclo

relinchando en francés, esa lengua viril

y seductora como un guante de gasa.

Nadie llora mi fuga. Nadie

–esa legión de nada que se escribe con pulso

alejandrino– reza por ti. Bajo las escaleras

el llanto deshidrata las palabras. Se le utiliza

menos porque no está en los hombres

ese talón de Aquiles. Su estambre

ha perdido fineza, aunque no las agujas.

Lo veo, lo palpo. Lo dijo

Yannis Ritsos: “Es curioso que, en medio de todos estos cambios,

     estas alteraciones, estas reordenaciones, como suele decirse,

sólo quede, distinguiéndose nítidamente por encima

     de todas las muertes,

el cuerpo humano, desvalido, ignorante, inamovible,

     prodigioso. Creo

que la única belleza es la ignorancia; la única

     virtud –la juventud–”. Hasta ahora

lo sabemos: partir

no es poca cosa. La ventana

hacia el mar. Y con el mar

–esa danza profunda de Mikis Theodorakis–

el viaje. Los que se van son hombres: albañiles

gendarmes, señores del jurado, el fiscal

un público ilegible (futbolistas o poetas)

y un taquimecanógrafo (a la antigua)

que baja de puntillas.

La escena queda oscura. Brilla

ese gis del piso, la silueta

que parece morderse la cola

con esa luz

–distinta tiranía–

que viene

como una voz:

la muerte.

Poema incluido en [Contra] Dicción, Premio Iberoamericano de Poesía Minerva Margarita Villarreal 2021 (UANL, Nuwevo León, 2022)


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