Felicidad clandestina

En esa calle transita mucha gente a toda hora, entonces a mi edad no se me permitía salir ya noche.

Esa vez se me hizo tarde platicando con amigos en el jardín, cuando escuché diez campanadas.

Sin despedirme caminé de prisa para llegar a tiempo a casa.

Apenas iba por la calle cuando escuché unas pisadas tras de mí, no quise voltear porque no me llamó la atención quién viniera a mis espaldas.

Faltaban pocas casas para llegar a la mía pero esos pasos habían arreciado hasta darme alcance, me dio por parar un poco pegado a la pared y dejar el paso libre.

Escuché que habló, dijo algo así como, eeii, túu, lo cual no me hizo voltear pero un segundo llamado me obligó andar más aprisa.

Todo fue tan inesperado, tan rápido que no me dio tiempo de evitarlo, sentí su fuerza en mi brazo para detenerme y aventarme hacia la pared.

Yo estupefacto miré su cara muy cerca de la mía, fue hacia mi boca y con ambos brazos sujetándome me besó.

Fueron segundos teniéndome así, tenía sellada mi boca con la suya sin poderlo quitar, su lengua hurgó en mi boca, su bigote me talló, fue una sensación extraña la que experimentaba desde dentro de mí.

Estaba rígido como un cadáver, no sabía cómo actuar ante esa tensión agresiva, un aliento seco jamás sentido me transmitía un vaho.

De pie y con el corazón latiéndome vi que el mundo se transformaba, sostenido así como me tomó, me soltó, lo miré atónito y nos entrampamos en una mirada, estuvimos unos segundos sin decir nada.

Él valiente y yo ultrajado, él seguro de sí y yo indefenso, como a un niño que le ha sido arrebatado su dulce y todavía el ratero se le encara para atemorizarlo, para obligarlo a callar.

Entonces articuló dos palabras que me desconcertaron aún más, dos palabras: soñaba besarte, lo dijo entre apenado y resuelto, como extasiado de lograr su hazaña esperada pacientemente.

Quitó sus manos de mis hombros y continuó caminando, con sobresalto lo miré echarse casi a correr, andar a paso firme, como el asesino que recién cometida su fechoría, huye de la escena del crimen antes que ojos anónimos lo delaten.

Calles arriba se fue perdiendo entre la semi oscuridad de la noche, la poca luz y el cobijo de las sombras de los árboles en la calle, con pudor abrí la puerta de mi casa, estaba confundido, nervioso, me culpé a mí mismo por entrar así a casa y traer en mi boca la huella de los riesgos de la calle, el encogimiento por no acatar la hora convenida de llegar temprano, el deshonor de que supieran lo recién sucedido, no tendría moralidad cuando se enteraran.

Sentí que mi boca delataría esa inocencia perdida, pero pasado el tiempo, desde lo más profundo de mi ser, este arrebato originó una verdad que creció con mis años, esa de que me gustaba ser besado por los hombres.


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