A Angélica Gorodischer (in memoriam).
En una primera lectura el cuento “Vidas privadas” de Angélica Gorodischer nos confunde, sobre todo al final cuando nos enteramos de que la pareja del canoso era un hombre: al principio no se entiende bien qué hace un tipo en el palier y esto nos puede generar cierto rechazo, principalmente, a partir de la descripción que hace la voz narradora (su gordura, la vestimenta, el parecido con un muñeco de celuloide, etc.); hasta que menciona la mariposa tatuada en el brazo y reconocemos de quien se trata.
También nos genera una confusión el sexo del/a narrador/a: en mi primera lectura, al principio pensé en una mujer, quizás puro prejuicio: su odio por la vieja víbora, chusma y entrometida; los diálogos con Gabriela; el elogio del atractivo del nuevo vecino, etc. Y sobre todo si encontramos algunas frases (una sola) ambiguas que pueden engañarnos más: “…cualquiera se vuelve loca”.
Pero por más que hurguemos profundamente con cada lectura, no encontraremos una marca (gramatical) de género para designar a la voz narradora.
También, el texto hace pensar en la soledad, en la necesidad de vivir de las vidas ajenas: en la obsesión en que se sumerge el/la narrador/a que al principio parecía reacio/a a escuchar lo que sucedía en el departamento vecino.
La mención de la Divina comedia y el ingreso al Infierno. El texto juega todo el tiempo con estas confusiones/ocultamientos. Hay una deliberada intención de encubrir ciertos datos, mecanismos culturales que permitirían analizar el género, esto se enfatiza (reduplica) con la historia que se está narrando.
El cuento, como decíamos, trabaja con la construcción del otro y del yo (narrador/a). La insistencia del/a narrador/a por ocultar su vida (y sobre todo su género/sexo) y la imposibilidad o negación de imaginarse a la pareja del canoso (y también su género/sexo).
Parece que esa presencia que escucha del otro lado de la pared, se queda con la primera referencia genérica que es “Estúpida” y desde ahí construye la sexualidad del otro. La voz tiene un papel importante, tanto que el otro, en su apariencia masculina, intenta disimular su voz, que hasta entonces era de mujer o al menos lo parecía, ya que la voz narradora nunca nos informa de otra cosa: “Todo lo agradable, profundo, atractivo que tenía la voz del canoso, lo tenía la voz de la mujer de chirriante, sosa, aguda, metálica.
Una voz de cotorra, de caricatura, de chusma de conventillo: una voz que salía de la garganta, que no sabía de respiración ni de diafragma ni de resonancia” o “La voz se le arrastraba, baja y casi murmurante, caricatura de una caricatura, forzando un timbre desacostumbrado, tratando de mantenerla allí, obediente”.
En esta última cita podemos plantear la idea de género como construcción cultural y discursiva que sostiene Judith Butler en su libro Cuerpos que importan: no hay un género esencial u original, porque esa esencia es un ideal que por más bien que se actúe nunca se alcanza. El texto presenta prejuicios que parecen categorías “universales” del sexo/género: por ejemplo, de boca del narrador/a se nos dice que él la mató a ella (superioridad física del sexo masculino), así como la referencia sobre el chusmerío como una característica femenina.
Angélica Gorodischer en “Vidas privadas” construye al/a narrador/a y a los otros (el sexo/género) a partir de lo que se da por naturalizado, es decir, por lo que no se dice y no se ve: “y por primera vez traté de imaginármela a ella y no pude y me di cuenta de que nunca la había visto”.
La problemática está siempre mediada por una representación literaria (código lingüístico + normas institucionales de la literatura). La construcción de la identidad que hace este cuento produce, disloca, las formas convencionales de crear identidad en un texto ficcional (la voz del/a narrador/a se construye en oposición a las formas canónicas del realismo del siglo XIX).
La incapacidad para volver clara la voz narradora genera un extrañamiento, un enigma, que hace aflorar preconceptos, juicios, prejuicios presentes en nuestras operaciones de lectura.
Esta maniobra discursiva genera en nosotros, lectores, “un momento de envío, en el cual deviene ‘una provocación a ser y actuar de otra manera’. Por consiguiente, la práctica del relato no solamente hará vivir ante nosotros las transformaciones de sus personajes, sino que movilizará ‘una experiencia del pensamiento por la cual nos ejercitamos en habitar mundos extranjeros a nosotros” (la idea es de Paul Ricoeur).
Entonces podemos decir que Gorodischer problematiza la ‘transparencia’ del lenguaje, la tendencia a la naturalización y el asumirlo como un objeto dado, como simple soporte de la argumentación.
En “Vidas privadas” también se puede ver el trabajo que realiza la autora con algunos géneros literarios con tradición en la literatura argentina (una forma de construir identidad también) y pensar las categorías de “lo mayor y lo menor”.
Por un lado, el cuento desarrolla algunas características del melodrama: las peleas (ciertos clichés machistas-tangueros) y, sobre todo, las reconciliaciones de la pareja vecina, de las que el/la narrador/a se queja por cursis.
El personaje de la vieja víbora también podría ser parte de este género. Por el otro, aunque hay un asesinato y una mención del crimen (“como en las películas”), el texto no decide ir por el lado del policial (¡no hay detective! y la posible investigación se deshace cuando desaparece la noticia en el diario).
Más bien, hay una transgresión del género policial porque no se quiere esclarecer el crimen, sino que lo que se quiere esclarecer son las identidades.