Me desperté aquel día después de un viaje largo por las galaxias de las arenas.
Encendí la mecha de mi alma y me lo dije secamente: Lo que allí pasa, no es una novela.
Callarte, dejar al papel su resplandor, desparramar grititos de cotorra despierta hace subir el reflujo ácido de las palabras desoladas.
Los gusanos no se achican frente al silencio, pervierten la voz con miradas infinitas y el aire se enclaustra, abandona su forma de tiempo.
La cotorra está aprendiendo a hablar para blanquear a los hombres que no cumplen con su deber de hombre.
Lo que allí pasa, no es una novela.
Pero quien tiene el titular de lo que pasa desaparece en la novela.