La fiesta por Clémence Loonis

La fiesta

Se organizó una verdadera fiesta para la curación de Don Manuel. Toda la familia, los amigos de altura así como los vaciados, mucha gente participó en aquel milagro impuesto a Manuel.

Decimos milagro porque no explicamos cómo una simple flexión desajustada de cadera, pudo desencadenar, una vez tumbado implacablemente en la cama, una serie de afecciones, infecciones, bacterias ensimismadas, virus colaterales, hongos de piel sin letras o parásitos extendidos.

Unos hablan de miedo, de secretos familiares, de incesto simbólico. ¡Qué desfachatez, hablar de miedo, de incesto, a Don Manuel! Lo que está claro y seguro es que fue un detonador, él mismo lo decía: A mí, si me tumban a la fuerza, dejo de ser hombre y paso a ser enfermo.

Al pueblo le gusta hablar de milagro. Cuando nuestras ideas se han encaminado hacia un mismo fin y no vemos otra objeción a la caída, pues si se bifurca siguiendo los versos del poeta, “todos los incurables tienen cura cinco minutos antes de la muerte”, no lo llamamos arquitectura inquebrantable ni amor céntrico de vida ni labios desenfrenados hacia el infinito, no, lo llamamos milagro.

Así que para algunos se organizó la fiesta de Don Manuel celebrando el milagro y para otros fueron causas para estudiar lo que llevó al paciente al festejo.Cuando Manuel ingresó en el hospital, sus ojos habían girado hacia adentro, algo desnudo, una sombra sola y dulce envolvía todo su cuerpo. Sus palabras escuetas tenían sabor a nuez sin cáscara.

Los médicos sabían que las nueces secretan sustancias químicas para evitar que crezca una vegetación competidora. Debido a esto, los médicos lo dejaron en una habitación a solas, lo que no fue completamente una decisión acertada. La atmósfera de la soledad cumplió con los deseos de la nuez pero Don Manuel se había separado de su organismo dañado, y toda su energía flotaba en palabras masticadas permanentes.

El milagro ocurrió. Porque rezaron, porque las enfermeras hermosas besaban su aurora, porque los médicos trajeron de estancias extranjeras, máquinas del futuro que reconciliaban las células entre sí, porque toda la familia vivía del despliegue de su economía, porque todavía no había alcanzado su último deseo.


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