La forma del monólogo

Acerca de El sonido y la furia de William Faulkner

Es una tarea un poco difícil tratar de aproximarnos a una de las mejores obras de W. Faulkner, El sonido y la furia, y también a una de las mejores novelas del siglo XX, sin perder de vista los ricos aspectos que encierra su lectura.

Por tal motivo, vamos a hacer un recorte y analizaremos solo algunas cuestiones de la segunda sección de la novela: la sección destinada a Quentin Compson.

Este personaje refleja no solo una posibilidad de su familia de superar la trampa del linaje y la tradición a través del intelecto, sino que además representa la imposibilidad de comprender racionalmente el caos cultural y espiritual del Sur norteamericano.

Marca el tipo de registro simbólico como un personaje de encarnaciones, representa abstracciones antagónicas: posibilidad/imposibilidad.

El simbolismo en Quentin está sostenido por la figura de su hermana Candace (para algunos críticos, la única protagonista de la novela; protagonismo que está dado por su ausencia, porque es la clave para entender a los demás personajes y porque representa la caída de la familia Compson).

Él no entiende, entre otras cosas, que su hermana haya perdido la virginidad y que quiera casarse con un banquero del Norte (el banquero representa la suciedad del dinero ganado sin ser parte de una estirpe).

Es decir, Quentin no entiende la libertad sexual de su hermana, porque no está capacitado para hacerlo. Quentin parece obsesionado y atormentado por pensamientos incestuosos sobre su hermosa y promiscua hermana, pero lo que amaba era cierto concepto del honor familiar. Faulkner nos dice en el prólogo: “…no amaba el cuerpo de su hermana sino cierto concepto de honor de los Compson sustentado precariamente y (lo sabía bien) solo temporariamente por la diminuta y frágil membrana de su virginidad…”

Quentin lucha heroicamente para atajar la caída de su hermana y al fracasar formula una interpretación romántica y psicológicamente forzada de los hechos. Se trata de los procesos mentales de alguien que no está capacitado para entender lo que lo aqueja (no está muy alejado de la sección Benjamin, el hermano idiota). De acuerdo con León Surmelián en su libro Técnicas de la ficción narrativa, Quentin es una gran figura trágica cuyo monólogo (que proporciona los pensamientos y no registra las palabras) nos muestra la tormenta desencadenada antes de matarse.

Este autor que analiza lo formal del monólogo en Faulkner descubre, detrás del monólogo de Quentin, al mismo Faulkner: “Quentin ha asistido a Harvard durante un año, representa la buena cepa dentro del clan Compson, es inteligente, sensible, orgulloso, todo un caballero sureño, pero es imposible que incluso un principiante de Harvard en 1910 pudiera hablarse a sí mismo en esta clase de prosa pulida y económica”.

Aunque el monólogo está en primera persona, sentimos la presencia del autor en el estilo. La construcción del relato, como recurso, logra la incoherencia y discontinuidad en los pasajes más emocionales y obsesivos del monólogo (sobre todo, los que hacen referencia a la hermana) dejando algunas oraciones incompletas, abandonando una línea de pensamiento y agarrando otra, eliminando la puntuación, etc.

Por ejemplo, Faulkner quiere darnos una impresión de simultaneidad haciendo coincidir las campanadas con varios y bien distintos pensamientos de Quentin.

Esta yuxtaposición y choque de pensamientos diferentes, entrelazados, produce un efecto de montaje. Como ya hicimos referencia al simbolismo de esta sección de El sonido y la furia, vamos a marcar algunas cuestiones que analiza Michael Millgate en su libro William Faulkner al respecto. Para él el crepúsculo, como condición de la luz y momento en el tiempo tiene mucha importancia para esta sección. En los recuerdos de Caddy, él la ubica en el crepúsculo, en el arroyo y rodeada de madreselvas.

Estos tres elementos que confeccionan la escena adquieren para Quentin una significación obsesiva que se materializa a través de símbolos recurrentes que finalmente se confunden entre sí. Así, el agua se asocia con la limpieza, la redención, la paz y la muerte; las madreselvas con las noches sureñas y la sexualidad de su hermana; el crepúsculo con ese momento del día que simula la detención del tiempo: “… A veces lograba dormirme repitiendo una y otra vez hasta que finalmente la madreselva se mezclaba y todo ello parecía simbolizar la noche y la inquietud me parecía estar acostado ni dormido ni despierto mirando por un largo corredor de media luz grisácea donde todas las cosas estables se tornaban umbrías, paradójicas, todo lo que yo había hecho sombras todo lo que había sentido sufrido cobrando forma visible de cabriolas y perversas burlas sin pertinencias inherentes a la negativa del significado que deberían tener afirmado pensamiento yo era no era quien era quien no era quien …”. Este pasaje es central para entender el desarrollo de esta sección y del libro entero.

Es esta la anticipación de su muerte; el momento en que se encuentra, no solo a medio camino entre la cordura y la demencia, sino entre el sueño y la vigilia, entre la vida y la muerte. Ha perdido el sentido de su identidad: “yo era no era quien era quien no era quien”.

Esta novela a través de la construcción de los monólogos, como vemos en el caso de Quentin: “se preocupa en parte por el aspecto equívoco y multivalente de la verdad, o, por lo menos, por la persistente, y tal vez necesaria, tendencia del hombre a convertir toda verdad en una cosa personal: cada hombre habiendo captado algún fragmento de la verdad, se aferra a él como si fuera toda la verdad, y elabora hasta convertirlo en una visión total del mundo, rígidamente exclusiva y por tanto completamente falaz”.

Las referencias de Quentin a su padre lo homologan y enfrentan a él. Durante toda esta sección se desarrolla una batalla entre el idealismo de Quentin y el realismo, un poco cínico, del Sr. Compson. Su similitud se encuentra en su afecto por las palabras, las abstracciones y la evasión de la vida (uno en la bebida y otro en el suicidio): “…Te lo doy no para que recuerdes el tiempo, sino para que puedas olvidarlo de cuando en cuando por un rato y no malgastes todos tus esfuerzos tratando de conquistarlo. Porque ninguna batalla se gana jamás, dijo… El campo de batalla solo revela al hombre su propia locura y desesperación, y la victoria es una ilusión de filósofos y de tontos…”. La obsesión de Quentin por el tiempo se origina en su reconocimiento de que es la dimensión en que ocurren los cambios y en que los actos de Caddy cobran eficacia y significado.

Su anhelo es detener el tiempo en un momento de lograda perfección, un momento que simplifique la relación con su hermana en la simplicidad de la niñez. Quentin siempre vive en tiempo pasado, está divorciado de la actualidad.

El ejemplo más claro es la pelea con Gerald Bland en la cual solo puede recordar su lucha con Dalton Ames.

Para Millgate (en relación a la concepción y la imagen del movimiento que obsesionó a Faulkner, especialmente como aparece en “Ode to a Grecian Urn” de Keats); Quentin, en cierto sentido es una versión del artista, o por lo menos del esteta, como héroe.

Para terminar con la idea del tiempo en la sección de Quentin, podemos agregar que el tiempo subjetivo de su monólogo se relaciona con la imposibilidad de entender el tiempo; como decíamos al principio, Quentin como uno de los representantes del Sur arrastra uno de sus problemas más serios: no está acorde al tiempo histórico.

Él, como el Sur, no puede entender el paso del tiempo, aunque medita, reflexiona y se esfuerza por penetrar el sentido de la derrota sureña: “…Fue durante el día de las Condecoraciones, con uniforme del G.A.R., en medio del desfile…

El anterior fue en el cumpleaños de Colón, o el de Garibaldi, el cumpleaños de alguien, en fin… Pero la última vez fue la del G.A.R., porque Shreve dijo: –Ahí tienes. Mira lo que hizo tu abuelo de ese pobre negro. –Sí –dije yo–, ahora puede pasarse los días marchando en los desfiles.

Si no hubiera sido por mi abuelo, tendría que trabajar como los blancos…”. En este sentido, también podemos leer su concepción de los negros, cuando hace el viaje en tranvía: “…El único asiento vacío estaba junto a un negro. Llevaba sombrero hongo y zapatos lustrados y una colilla de cigarro apagada en la mano. Yo pensaba que un sureño tenía que tener siempre conciencia de los negros. Supuse que los del norte esperarían que así fuera…”.

Bueno, espero que este pequeño análisis de una gigantesca novela, como es El sonido y la furia, sea una invitación a su lectura y, por qué no, a toda la obra de William Faulkner.


Publicado el

en

Autor: