Letras y balones Cuando el futbol se vuelve literatura

Letras y balones. Cuando el futbol se vuelve literatura

Se cree, erróneamente, que el fanático futbolero solo agarra un libro para matar una mosca y que su única lectura son las secciones deportivas de los periódicos y las revistas plagadas de estadísticas.

También existe la equívoca idea de que el literato considera al futbol una pasión pueril, propia de ignorantes. Con este panorama, el matrimonio entre literatura y futbol parece condenado al acta inmediata de divorcio. Cierto, no se puede afirmar que haya ejemplares de literatura futbolera para llenar la Biblioteca de Alejandría, pero los que existen son para tener atesorados en el buró como libro de cabecera. 

El futbol es poesía, eso  ni duda cabe. El problema es que pocas plumas y lectores se han enterado de ello. Y conste que con poesía no me refiero a la rimbombante crónica deportiva con sus toques versallescos, sus zambombazos y las balas quemantes con destino al nido de las arañas que deleitan nuestros fines de semana.

Yo soy de la idea de que futbol y literatura  pueden formar un  matrimonio perfecto. Ahí está Jorge Valdano que no me dejará mentir, pues se ha dedicado a buscar bajo las piedras los mejores cuentos futboleros paridos en la lengua de Cervantes.  Un ejemplar que cada cierto tiempo releo Futbol a sol y sombra de Eduardo Galeano que  podría ser descrito como una pieza de biografía filosofal del juego de las patadas.

Sí, es la historia del deporte, pero también la historia de la humanidad en el Siglo XX. Es un poema dedicado a los grandes como Garrincha, Puskas, Cruyff, Di Stefano, Maradona, pero también un poema al aficionado, al estadio, al balón. Y claro, siendo Galeano, sería imposible que no fuera éste un libro de denuncia.

El futbol como arma perfecta para las conspiraciones de dictadores como Mussolini y Videla, el futbol como producto para la voraz especulación capitalista y el lavado de dinero.

La pelota de trapo que rueda entre los hoyos de las favelas brasileñas y las barriadas de Buenos Aires por puro, simple y llano gozo, se transforma por obra y gracia de la todo poderosa FIFA en el imán de millones de dólares y el jugador un esclavo de directivos y firmas patrocinadoras.

Una historia del futbol de negros contra blancos, de pobres contra ricos, de Sur contra Norte.

Otro gran libro es Fiebre en las gradas de Nick Hornby quien se abre de capa y con total sinceridad lo confiesa desde el primer párrafo: “Me enamoré del fútbol tal como más adelante me iba a enamorar de las mujeres.”

Su libro es toda una declaración de principios, una confesión de amor y obsesión de parte de un aficionado que asume su absoluta e irremediable debilidad hacia su equipo, el Arsenal de Londres. Lo que hizo este británico no es poca cosa: Creó la primera gran obra literaria en donde el aficionado al futbol es el personaje principal.

Más allá de la épica futbolera y la poesía del balón, de la alabanza al crack y la mitificación de la gesta deportiva, Hornby habla en primera persona y con un humor deliciosamente británico del fanático, de sus penurias, hazañas y debilidades, a menudo no comprendidas por quienes no son capaces de dimensionar lo que está adicción significa. El aficionado fiel, incondicional y resignado es después de todo un héroe anónimo, ignorado por todos menos por las finanzas de los clubes.

Lo mejor de este libro, ni duda cabe, es el humor, el sarcasmo total con que Hornby es capaz de burlarse de sí mismo.  Con una visión del deporte de las patadas que va de lo poético a lo metafísico, capaz de metaforizar cada pase, remate o lance de arquero, el mexicano Juan Villoro hace un aún más disfrutable un placer de por sí excelso como es el futbol. 

Los once de la tribu y Dios es redondo son sus piezas emblemáticas. Ahora mismo, estoy a la mitad de la lectura de El regate, del brasileño Sérgio Rodrigues, que hasta la página 90 va por muy buen camino. Ya platicaremos de él en la siguiente columna.  Aunque usted no lo crea, hay poesía en las triangulaciones de Beckham y Zidane, tragedia griega en el destino de Moacir Barbosa, el triste portero de Brasil en el “Marcanazo” y tango gardeliano en la vida de Maradona.


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