– ¿Cuándo empiezan los antepasados? – Me preguntó Juan. Sin esperar respuesta, empezó su vagabundeo.
– ¡Antes del pasado! – exclamó, riéndose- Es cuando los espíritus separan el pasado del alma y el alma es una pupila latiendo, descubriendo dónde se aglutinan las raíces de roble y las semillas de ortiga.
Estaba pintando y su mano parecía seguir sus palabras, o sus palabras su mano, porque la tela ya estaba cubierta de civilizaciones. Busqué la mirada de la pupila entre los colores, las semillas de ortiga y se abrió un verde húmedo de hoja de ortiga. Él siguió discurseando y yo presté más atención al cuadro.
-El pasado son todos los pasados – y balanceaba, insolente, el pincel para esparcir luces, juntar bombas raudas, catástrofes universales donde se amontonaron culturas, ahogando unas, vanagloriando otras y claro, las que vendrán.
En la tela aparecía un pasadizo entre una idea y una conversación que se desnudaba en medio del incendio.
-Los de mañana irán agrupándose en la estirpe de esa gran familia humana que pudo observar el crecimiento de la Cyca Revoluta y la exposición universal de 1900, la modernidad a pie de cañón, abriendo sus campos de lágrimas polisémicas.
Del otro lado del puente habían hecho de nuestro cuerpo, otra latitud, un tiempo sin máscaras, un territorio de libertad que saludaba el porvenir con altaneros sonidos.
Está escribiendo la memoria con un pincel, pensé, o la vida de mañana, un estallido que se repite, dispersando la naturaleza humana, caricias de color tónico, sueños de roca torturada por los visitantes, cadáveres en voz baja.
-¿De quién seremos los antepasados? -me preguntó Juan
– ¿De un animal feroz, de una hormiga engullida por la opresión, de un derrame de sangre o de aquellos versos del mañana?
-Hombre, si sigues pintando así, el porvenir se parece a un balancín, una vez volando, otra aterrizando sobre la vertical tela, y un porvenir que se balancea es un tiempo con relámpagos de lunas, mujeres rojas que viven abiertas y nuevos escalofríos en la historia.