Mi primera inquietud sobre el sexo fue con la muchacha que trabajaba en la casa, era de Suchitlán o Comala, no recuerdo bien, era morena bajita, pelo lacio.
Estábamos chicos mi hermano y yo, María se encargaba de asearnos, cambiarnos y ordenar nuestro cuarto además de otros quehaceres en la casa, en ese tiempo vivíamos en Lomas.
La casa era de dos pisos, en un cuarto mis papás y otro mi hermano y yo, había un amplio corral, mamá tenía su negocio de venta de utensilios para cocina y otras cosas por catálogo, papá tenía alto grado en la militar.
María nos bañaba y nos vestía, nos preparaba la comida para luego llevarnos a la escuela, sentíamos que ya teníamos edad para hacerlo por nuestra cuenta, pero recibía órdenes de mamá quien era dura con todas las muchachas que habían trabajado en casa, a su grito se tensaba todo, era autoritaria, nada debía estar fuera de su orden, nada de fallas, gritaba.
En cierta medida María estaba autorizada para regañarnos si nos portábamos mal.
Nunca tuve otra idea de ella solo que trabajaba y se encargaba de nosotros.
En la planta baja había un pequeño cuarto acondicionado para ella, ahí dormía, muy temprano los domingos iba a su casa y por la noche estaba de regreso.
Fue una ocasión en la que estaba ocupada enjuagando ropa en el lavadero, mi pelota pegó en sus piernas, solo gritó: –eeiihh niño, sosiégate aí . . . En venganza le alcé por atrás el corto vestido y esperé su regaño, no lo hizo, continuó en su tarea mientras yo fijaba mi mirada en sus piernas, levanté otra vez su vestido y descubrí sus pantaletas cortas a media nalga.
Una curiosidad me obligó a quedarme, me acerqué hasta casi pegado a ella, agachado, alcé mi mano hasta tocar en medio de sus nalgas, esperaba un manotazo o un jalón de orejas, no fue así, María al sentir que la tocaba abrió ambas piernas y dejó libre ese hueco, como invitándome a tocar más, sacaba agua de la pila lentamente, movió su brazo derecho hacia atrás y con su mano jaló su pantaleta, mis dedos entraron a ese pequeño arco entre sus piernas y pude sentirlo húmedo y caliente.
En ese momento unos pasos se escucharon hacia el patio donde estábamos-María, estás muy lenta, apúrale porque te falta trapear la cocina, lavar trastes y quiero que vayas a hacer unos entregos a dos cuadras de aquí, pero pícale María!
Era mamá, ordenándole precisamente en el momento que me había tomado de los hombros para aparecer que me acicalaba el pelo y limpiaba mi cara con sus manos.
Desde ese momento María había despertado mi inquietud en ella, algo que no entendía. Cuando había ocasión de quedarnos solos yo la tocaba y ella no se oponía, yo había empezado a tener breves erecciones sin saberlo, esto se llama pene, decía manteniendo fija su mirada en mí al tiempo que apretaba su mano, esto se llama pene, volvía a decirme y tartamudeaba, su voz se escuchaba reseca, nerviosa, yo igual que ella sin decir nada y con la garganta seca la miraba callado, descubría otra María diferente a la que nos bañaba y nos llevaba a la escuela, cambiaba todo en ella al mirarme y decirme que esto se llamaba pene, yo no entendía eso solo sentía su mirada y su mano, veía un brillo en sus ojos, este es tu pene, acariciaba mi vientre sin vello aún, aún sin líquido seminal, sus manos jalaban lento a modo de tenerlo despierto, decía ella.
Una de esas noches que mis papás salieron a un compromiso, María subió a mirar que mi hermano y yo estuviéramos dormidos, encendió y apagó la luz, al poco tiempo sentí que hincada junto a mi cama deslizaba su mano sobre la sábana, llegó a mi ombligo y la bajó hasta tocar mi pene, como dijo ella, yo respiraba agitado, sudaba y trataba de no despertar a mi hermano, entonces metió su cabeza sobre la sábana y sentí algo húmedo que me aprisionaba allí, inmediatamente un calambre tibio subió de mis pies e hizo que no pudiera contenerme de orinar, no supe qué había pasado porque sentí que me faltó respiración, así como llegó se fue.
Luego de esa vez, cada salida de mis papás, ansiaba llegara María y sobre la sábana hiciera lo mismo. Una de esas veces mi hermano lo observó todo, en penumbras miré su silueta frente a mi cama viendo el bulto que se alzaba en medio de mis piernas, no dijo nada y se acostó nuevamente, desde ese momento fue el acuerdo callado entre María, mi hermano y yo.