Hay personas que hablan, hablan y hablan sin parar, sin hacer pausas, sus frases van amarradas a otras frases y veloces, son como potros desbocados, salen atropelladas de sus labios, saltan de una idea a otra, brincan lo lógico, rompen claridades y así sueltas, se siguen en tropel, desordenadas.
Pocas veces hacen una pausa que exige el pensamiento para respirar y reflexionar, su verborrea es un impulso sostenido que marea.
Por respeto, el interlocutor se escucha lo revolucionado de su lengua, la que no está conectada a la razón, al pensamiento; y cuando hay un resquicio para desviar esa cantaleta, el arrebato a no dejar hablar al otro sorprende, es, quedarse sin palabra.
Lejos de ser una fluida comunicación entre dos, una se impone sobre su única voz, no conoce la premisa de escuchar y ser escuchado.
Defecto personal del que, por cortesía es innecesario aclarar, sus palabras no permitirían una reciprocidad de palabras.