Era un viejo dios post-soviético, Vladimir, que jugaba a Risk con mapas reales. Tenía nostalgia de imperios y petróleo en las venas. Un día se miró al espejo, no le gustó el reflejo, y decidió que la culpa era de Ucrania.
Al otro lado, Zelensky, el dios actor, convertido en héroe sin libreto. Al principio solo quería paz y ratings. Pero cuando sonó la primera explosión, se puso la chaqueta verde oliva y dijo “acción”.
Los dos se creyeron protagonistas, pero el guion lo escribían otros: banqueros, fabricantes de tanques y algoritmos que decidían qué muerto salía en las noticias. Los pueblos, como siempre, eran extras mal pagados. Algunos huían, otros resistían, todos sangraban.
La guerra se transmitía en vivo. Europa mandaba armas envueltas en discursos, y Estados Unidos vendía democracia como si fuera Coca-Cola caliente. La OTAN miraba desde el palco VIP, con palomitas y cara de “no me quiero meter, pero…”.
Y mientras el hielo nuclear se derretía lento, los civiles colgaban ropa entre escombros y seguían creyendo que algún día los dioses dejarían de jugar con ellos.
Spoiler: no lo harán.
Porque en este mito, la guerra no termina. Solo se actualiza.
0 Comentarios