[Palabras para nadie]
Escribo este poema desde la decadencia.
Las palabras caducan
en la piel. Lo veo
en mis manos: cada vez son más
largas las líneas que no alcanzo a decir
de igual manera. Más delgada
la emoción de su pulso.
Por eso estas palabras ya no nombran las cosas
ni el nombre que le dimos a esas cosas; no
te puedo nombrar y este poema es
esa incertidumbre, mi falta de memoria
anticipo de Alzheimer que tira contra mí.
Palabras que disparo y
se convierten
por otra fe (inequívoca)
en algo preverbal
que ni siquiera palpo. Se reseca
la tinta entre mi voz. Encanece el oído.
Se vuelven guturales las caídas
que en cada pie
encabalgo. Arre
cia la soledad de quien jugaba
a pelotazo limpio. Le va ganando
el césped a mi lápida. Voy arrojando cal
a mis sobacos. Me quiero des
pedir en una sola sílaba
pero es mayor el alma
y no me deja.
No escribo este poema. La madurez
me dicta. No lo recuerdo así
pero se suelta de los lazos sanguíneos que lo habían sujetado
y adquiere un trote propio. Lejos
quedó el carruaje y su cochero. En el piso
el verbo conducir se hace pedazos.
Las ruedas son astillas
sin los rayos del sol. Este poema
es el mapa de todos mis anhelos juveniles: la lengua
débil para decirlo
deja salir vocales y riachuelos
para hacer un camino menos hosco
al silencio.
Alguien dentro de mí concibe
este poema
con sus dientes de leche. Con sus labios
pequeños y lactantes. Se balancea despacio
lentamente y sin temor
y acaricia la espalda de una página
a punto de morir. Un pensamiento
en coma
despierta en el asilo
de otros ojos. Cobra una nueva
vida y así
puede leerse como un juego
perpetuo:
Únicamente escribo
para Dios.
Perdonen mis otros
diez lectores.
Poema incluido en [Contra] Dicción, Premio Iberoamericano de Poesía Minerva Margarita Villarreal 2021 (UANL, Nuevo León, 2022).