Prescindir

Para aquel hombre obsesionado por ser un escritor famoso, los grillos dejaron de ser importantes en sus escritos.

Retomó otros insectos menos simbólicos, menos mitificados que los grillos. En sus líneas desechó de un borrón a este ser nocturno que en principio llenaba su narrativa de manera precisa, formando imágenes únicas, sublimes.

Pensó que los grillos ya habían dado su imagen a la poesía de los enamorados, suspenso a los cuentos de terror, color en los cuentos que narran el sigilo o el silencio de quien acecha sea para asesinar o encontrarse con el amor.

Desde ahora, pensó, el grillo no ocupará más líneas en mis textos, ni por equivocación, ni para relleno.

No gozará de pretexto metafórico ni lírica alcanzada, nada de eso será, insistió. Nada que ablande corazones ni remedie la medida, la asonancia, el guiño.

Grillos de todo el mundo, a volar de mis textos, dijo y tiró sus hojas con anotaciones y borradores a medias. Esa noche, luego de acostarse, apagó las luces y alcanzó el sueño en el que caminaba de noche hacia un lugar conocido.

A su alrededor todo era nocturno, todo estaba en relativa calma, pero había en esa noche algo que le faltaba, algo que completara su presencia como el armónico canto de los grillos de los que había prescindido en sus escritos.


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