A grandes rasgos, el realismo mágico muestra acontecimientos improbables, oníricos e irracionales de manera natural o cotidiana, sin asombro y sin ofrecerle al lector una explicación. Es decir, como si pertenecieran a la realidad. Algunos autores agregan la inclusión de mitos y leyendas latinoamericanos a la transformación de lo común y cotidiano en experiencias sobrenaturales o fantásticas.
Para otros también son comunes los escenarios americanos urbanos: las ciudades latinoamericanas siempre muestran, con mucha crudeza, el mundo de la pobreza y de la marginalidad.Entiendo al realismo mágico como un producto de la transculturación, antes llamada sincretismo, que se produjo a partir de la conquista.
Es decir, no es otra cosa más que la construcción que hizo/hace Europa del continente americano y que está relacionada (y alimentada, por ejemplo, en las crónicas de indias y sus lecturas de los bestiarios medievales) con la idea de lo salvaje, lo exótico, lo mágico, lo virgen, etc.
De acá, me parece, surge el amplio desarrollo del género fantástico en América y su versión autóctona: el realismo mágico, que trabajaron y difundieron casi todos los autores del Boom.
El cuento “La muerte de los Arango”, de José María Arguedas. Nos cuenta la historia trágica de un pueblo (Sayla) aniquilado por el tifus. Aunque el cuento es muy realista, hay algunos elementos mágicos que irrumpen en ese desolador contexto de muerte. Uno de esos elementos es la personificación del tifus: “Contaron que habían visto al tifus, vadeando el río, sobre un caballo negro, desde la otra banda donde aniquiló al pueblo de Sayla, a esta banda en que vivíamos nosotros”.
Otro es la árbol, más bien sus lágrimas: “A diferencia de los otros eucaliptos del pueblo, de ramas escalonadas y largas, éste tenía un tronco ancho, poderoso, lleno de ojos, y altísimo; pero la cima del árbol terminaba en una especie de cabellera redonda, ramosa y tupida. ‘Es hembra’, decía la maestra. La copa de ese árbol se confundía con el cielo (…) Después, cuando el cortejo se alejaba y desaparecía tras la esquina, nos parecía que de la cima del árbol caían lágrimas, y brotaba un viento triste que ascendía al centro del cielo”. Y al final el extraño sacrificio del caballo para exterminar la enfermedad.
Quizás una muestra de la transculturación americana. Es muy interesante y revelador este final, propio de Arguedas: “Con las manos juntas estuvo orando un rato, el cantor, en latín, en quechua y en castellano”.