Todas las personas somos iguales en la medida en que nuestras circunstancias se parecen, y es en esa medida en que somos diferentes, tanto como nuestras circunstancias no lo son.
Son las circunstancias las que nos definen y nos dan esa impresión de ser ser distintos, pero en realidad no lo somos, todos los defectos que vemos en los demás están en nosotros, incluso los vicios que tienen los otros, y que aparentemente nos hacen sentir muy diferentes, estos vicios y defectos subyacen en todos nosotros, solo que nuestras circunstancias no han sido lo suficientemente parecidas como para que se manifiesten en nosotros, pero sí lo suficientemente distintas como para caer en otros vicios o defectos que incluso aquellos puedan observarlos como peores a los suyos.
Entonces lo que nos diferencia en verdad a unos de los otros son nuestras circunstancias y contextos bajo lo que ejercemos nuestra condición humana y nada más.
Por eso deberíamos tener tolerancia con aquellos que por sus defectos nos ofenden y benevolencia con aquellos que por sus vicios nos hieren, puesto que nosotros casi somos ellos sin, ni siquiera, quererlo, y no por voluntad sino por simples y variadas circunstancias de la vida.