A media noche busco el sueño, salgo a la calle a tomar un poco de aire, la hora suspende secretos, misterios arrinconados.
Aspiro hondo. Solo penumbras.
Camino cuadras abajo, un viento helado me abraza, enciendo un cigarrillo y mis pasos me llevan hasta un espacio angosto, cerrado.
A lo lejos los grillos se repliegan a cada minuto.
De pronto llega quedo, fugaz, su presencia apenas rozándome.
Percibo su canto, espectro extendido en todas mis dudas, en mis temores. Me turbo y cierra el paso del aire a mis pulmones, a mi imaginación -y el cigarro se termina en mis dedos-.
Es un pez largo, con vértigos indescriptibles, inagotables, apareció con la luna, su lengua es un arcoíris.
Trato de alcanzarlo pero flota por sobre sílabas aladas, hondas, impenetrables, disfruto mientras intermitente profetiza.
Mis manos llegan a su orilla pero esto es un precipicio, a cada intento mío reaparece seductor, etéreo.
De pronto, la niebla irrumpe en mis ojos, un rictus se posa en mis labios, prueba del corto privilegio.
Extasiado por aquella sublimación, guardo para mí ese momento.
Busco la banqueta
Y observo mis manos
mis humedecidas manos.