Vocacional zarrapastroso por Daniel Salinas Basave

Vocacional zarrapastroso

Desde mi temprana adolescencia me ha dado por dejarme crecer el pelo. Ahora sí que como dice la canción: mi gusto es y quién me lo quitará. Hormonal y espiritualmente he sido siempre un greñudo.

Lo siento, me gusta mi cabello y considero un enorme desperdicio limitarlo a unos cuantos milímetros de longitud. El pequeño problema es que mi matota históricamente topaba con la censura e intolerancia de escuelas fresitas con complejos fascistoides.

Cuando mi pelo empezaba a crecer demasiado surgían de inmediato las amenazas y los condicionamientos: “si mañana llegas con esas greñas no te vamos a permitir la entrada al colegio”.

Para mí era una verdadera tragedia, una afrenta a mi individualidad el tener que ir a una peluquería obligado por la cerrazón de una institución. En una ocasión respondí a las amenazas haciéndome un corte de mohicano y la reacción fue mucho peor. Tuve que cortármelo y entonces quedé por primera vez rapado al cero, solución a la que solía recurrir cuando el largo de mi pelo generaba problemas en las diversas empresas en las que trabajé (también El Norte y Frontera se me pasaban de fresitas con sus códigos de vestimenta). Ni hablar de los aretes y los tatuajes.

Por eso me da tantísima alegría enterarme que la Secretaría de Educación de Baja California ha determinado atinadamente que los reglamentos escolares no podrán ya incluir cláusulas que prohíban a los alumnos lucir determinados cortes o peinados o limiten la longitud del cabello. El fundamento legal es que ningún reglamento puede contravenir lo establecido en materia de derechos humanos por los tratados internacionales ratificados por México.

Aplauso para ellos. Indignante pensar que se te niegue el acceso a un plantel solo por un tinte no convencional o un corte que pueda resultar extraño ante los ojos de un mojigato de criterio anacrónico. Hay mentes cerradas como ostras que deben empezar a entender que el arreglo y el aspecto personal forman parte de la esfera de libertades individuales y que absolutamente nadie en el mundo tiene el derecho de coartarlas o condicionarlas.

Soy un vocacional zarrapastroso que nunca en la vida ha aprendido cómo hacerse un nudo de corbata y que nunca ha necesitado vestir formalmente para destacar.

Me alegra muchísimo imaginar que los jóvenes del mañana se sorprenderán cuando sepan que todavía en el Siglo XXI se reprimía a las personas por su arreglo personal o su orientación sexual y me da gusto comprobar que un adolescente en 2021 goza de muchas más libertades individuales de las que yo tuve en 1990.


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