Me he visto caminar desde la acera de enfrente.
Camino trabajosamente, oscilando, vacilante, con bordón en mano para no caer.
Me he percatado de que me estoy mirando, y me descubro observándome con una mueca en los labios, entre la simpatía y la burla. Pero conozco bien ese gesto…
aun así, esperanzado me respondo con una sonrisa, pero sin piedad yo me burlo de mí desde la acera de enfrente.
Entonces, inmediatamente dejo de mirarme, desvío la mirada, frunzo el seño… me muerdo los labios. ¡Lo sabía!
Me gustaría confrontarme ¡Decírmelo todo! Pero me es imposible cruzar la acera.
Regreso la mirada al camino para no caer, avanzo con el orgullo herido.
Voy lento y cabizbajo. A cierta distancia me detengo y miro atrás.
Me veo allá a la distancia, enteró y exultante, imprudente y altivo, sin esta enfermedad, sin la vejez acuestas, tal como lo fuí.
Desde allá me sigo riendo a carcajadas de mí, como si esto en verdad nunca me fuera a pasar.