Nosotros lo vimos todo. Desde el sillón, desde el celular, desde la comodidad de no estar ahí. Vimos edificios caer en HD, niños bajo escombros con filtros sepia, madres gritando en idiomas que los subtítulos nunca traducen bien. Y seguimos scrolleando. Porque había que cenar, porque había una serie pendiente, porque el algoritmo nos tenía que cuidar la salud mental.
Nosotros opinamos, claro. Con bandera en el perfil, con hashtag, con indignación empaquetada. “Esto es inaceptable”, escribimos, mientras aceptábamos que ocurriera una vez más. Y otra. Y otra. Porque parece que Gaza no importa lo suficiente como para parar el mundo. Ni los negocios. Ni la narrativa.
Nos contaron que es complicado, que hay historia, que hay política, que hay terrorismo, que hay “dos lados”. Pero nunca nos contaron qué se siente vivir bajo un cielo que escupe fuego por rutina. Porque eso no vende. Porque eso no encaja en la agenda.
Nosotros callamos cuando duele demasiado. O cuando molesta en la reunión de trabajo. O cuando choca con la marca de café que se dijo “pro-paz” pero exporta indiferencia.
Y mientras ellos mueren, nosotros seguimos vivos. Pero no tanto. Porque algo de nosotros también se entierra cada vez que decimos: “Qué horror… pero bueno, la vida sigue.”
Sí. La vida sigue.
Pero no para todos.
Y, honestamente, ¿a quién le importa eso mañana a las 9 am?
0 Comentarios