Él está allí,
en medio de las ruinas,
donde alguna vez hubo vida,
ahora solo quedan escombros
y un cielo que ya no es azul.
Pero nadie habla de él,
solo de la “geopolítica”,
como si fuera una partida de ajedrez
en la que las piezas son personas,
y la vida, un sacrificio en nombre del poder.

Los políticos de un lado,
y los de otro,
se dan la mano en los foros,
sonríen para las cámaras,
pero cuando miran a Ucrania,
es solo otro tablero,
otra ficha que mover,
otra excusa para seguir la rueda
del dinero, de los contratos,
de las armas que nunca paran de hablar.

Él, el hombre de allí,
el que está atrapado en medio,
ni sabe qué bandera defender.
La tierra que amaba se convierte en campo de batalla,
y el sonido de las bombas ya no lo deja dormir.
Pero a ellos no les importa.
Ni a los que venden el petróleo,
ni a los que se sientan en oficinas
a tomar decisiones
que destruyen vidas como si fueran piezas de dominó.

El resto del mundo,
se queda mirando,
y su respuesta es un aplauso distante
a la última sanción,
o a la última “negociación de paz”
que nunca llega.
Porque la paz, amigo,
es solo una palabra bonita
para hacer creer a la gente
que no somos todos títeres
en manos de los mismos dioses de siempre.

Y él, allá en Ucrania,
sigue esperando,
como quien espera el fin de una pesadilla
que nunca termina.
Porque en este juego,
quien siempre pierde es la gente,
pero nadie va a hablar de eso
en la próxima cumbre.


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