Yo vi cuando los gigantes despertaron.
No eran dragones ni titanes, no; eran CEO con sonrisa de PowerPoint y alma de Excel. Un día, se cansaron de simular diplomacia en conferencias TED y decidieron lanzarse productos a la cabeza como piedras prehistóricas, pero de litio.
Todo empezó porque uno bajó el precio de los auriculares un dólar. Un miserable dólar. El otro respondió con una demanda por “prácticas anticompetitivas”. Y así, sin sangre pero con mucho algoritmo, comenzó la guerra.
Yo trabajaba en un call center, atendiendo reclamos por envíos tardíos y garantías falsas. Desde ahí vi caer imperios: marcas que eran sagradas ayer, hoy olvidadas como apps de 2013. Se peleaban con memes, con bots, con influencers que creían ser dioses pero solo eran heraldos de marketing.
La guerra no tenía fin, porque en el fondo, todos vendían lo mismo: plástico, obsolescencia y ansiedad en 24 horas con envío gratuito. Pero seguían, porque el oro ya no se mide en lingotes, sino en datos. Y en ese campo de batalla, nosotros éramos la carne de cañón: consumidores confundidos, adictos al scroll, esperando rebajas como maná digital.
Ahora me llaman loco porque predico en los pasillos del supermercado, pero yo lo vi. Lo viví. Y sé que la próxima batalla será por el control de nuestras neveras inteligentes.
Así que ríete si quieres… hasta que tu tostadora empiece a recomendarte inversiones en criptos.
Yo te lo advertí.
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