Preludio a un sueño Beatle

La primera vez que nací, mi cabello se encontraba enmarañado con el del cielo. Por eso, cuando caí a la tierra, la idea de mí le dio a mi madre la oportunidad de desprenderse de su propia nube. Cada persona tiene una nube que le dice cada cuánto tiempo hay que bañarse de sí mismo. Me lo dijo la idea de mi madre poco antes de escuchar el mundo por primera vez. Somos ideas que dialogan dentro de una bola de cristal, dialogamos con nosotros mismos a través de la nube que se desgaja a gotas para después partirnos con un rayo.

La primera vez que nací, hacía un viento helado en Londres. Decenas de ojos se acomodaban para entornar a cuatro figuras que se deshacían en el tejado de Savile Row. Los más curiosos subían a los tejados de sus casas para verlos más de cerca. El barrio aglomerado entorpecía el tráfico, en un flujo de transeúntes que se preguntaban si debían o si acaso tendrían la oportunidad de callarlos. De ahí que el silencio sea tan poderoso. Vierta diez gotas de silencio en su día a día y verá cómo le cambiará la perspectiva. No, no tiene por qué lamentarse, son efectos secundarios. Si se calla un rato, escuchará mejor las aves. Repita conmigo: “Once, there was a way/To get back homeward/Once, there was a way/To get back home”. ¿Mejor? Debería estarlo. Es mi día de nacimiento. Es mi cumpleaños. En mi cumpleaños, la gente duerme una larga siesta para encontrarme. Yo le pedí que se despertara para el pastel. No tiene caso. Dormir para engañar a los sentidos es una práctica milenaria. El sueño bifásico del que provenimos está a punto de ser narrado. La primera parte es cuando el viento de Londres revoluciona la moda; es cuando llega el momento de usar el abrigo de nuestras esposas y echarnos a volar. En ese momento, los tejados dejan de ser tejados. Volamos sobre planicies de verde incansable o por sobre la lágrima de un recuerdo maltrecho, mal sanado. No tenga miedo de volar, todos así llegamos. Es cuestión de que le ponga nombre; todo es más fácil si le pone un nombre. Se sentirá mejor, hágalo. Por ejemplo, yo me llamo…

No. No te voy a decir. John. Mi amigo John y yo solíamos recoger flores por las tardes. Nunca nos interesamos en averiguar qué tipo de flores eran. Algunas eran comestibles, otras salpicaban de colores nuestras camisas. Un día John se enojó con una de mis flores y le arrancó un pétalo. Es porque te quiero. Porque si quieres renacer, una parte de ti debe morir también. No me digas que tienes miedo. Estás listo, di mi nombre. Ya lo sabes.


¿Lo recomiendas? Vota ⬆️ Sí o No ⬇️

¿Cuál es tu reacción para esta lectura?

Profundo Profundo
1
Profundo
Impactante Impactante
0
Impactante
Genial Genial
0
Genial
Original Original
0
Original
Jesús