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Uno, dos, tres, cinco, ocho, veinte… ¡ya no cuento ni más ni menos!

Comienza la cacería de nuestros oscuros cuerpos, risueños y empapados de sudor. A Mar le toca buscarnos. Yo soy un cable enredado dentro de un arbusto, una rama oculta entre las hojas de un árbol chiquito, la sombra de un poste de luz. Mar encuentra primero a Diego, pero no alcanza a decir “¡un, dos, tres por mí!”­ porque las piernas se le han entumecido y no puede correr. Diego nos buscará en la próxima ronda. Lo veo desde aquí, buscando también como si ya fuera su turno.

Mario sale de su escondite, aunque no lo hayan encontrado, y corre hacia la base con la esperanza de ganar la carrera. Mariela estaba mucho más cerca y logra contarlo:

—¡Un, dos, tres por Mario!

Mario sabe por qué salió antes de tiempo, y se ríe de su fallida estrategia.

No sé dónde está Fer, pero su risa no tarda en delatarla. La escucho contenerse, se le escapa la carcajada y Mar la descubre. Pero Fer es una corredora nata, sus pulmones se tragan el aire; no cabía duda, estaban hechos para eso. Alcanza la base antes que Mar y canta su victoria:

—¡Un, dos, tres por mí!

Solo falto yo, y me encuentro tan cómodo en este escondite que podría dormirme. Mar se va tan lejos, pensando que usé la distancia para esconderme. Salgo rápidamente y llego a la base, Mar no se da cuenta hasta que le gritamos. La oscuridad de la noche y las lámparas de luz naranja nos visten para una nueva ronda, en la que seré la defensa de una camioneta, la silueta de una bolsa de basura, el negro y frío asfalto…


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Alejandro Ceja