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El viaje es largo pero entretenido por el paisaje, que es privilegiado. Para quien viene de afuera, la percepción de tantísimos tonos de verde es una novedad que para nosotros los colombianos es algo cotidiano.

No hay como conducir un buen automóvil, la manejada convierte la jornada en un verdadero placer.
Detenerse de vez en cuando a estirar las piernas en parador de carretera, es parte de la diversión, descubrir sabores, colores y productos de la vitrina de la región a donde llegas.

En las goteras de Medellín, desde Bucaramanga la última parada.

Un sitio imponente en la loma, restaurante típico antioqueño con mirador y el olor de las arepas, los frijoles y el chicharrón. Negocio familiar, los padres en la cocina, y las hijas con polleras de colores blusas campesinas con escotes amplios y alpargatas atendiendo sonrientes con el adorable acento de las Paisas.

Llega el autobús de “Expreso Bolivariano” con el cupo completo, se baja la horda de pasajeros en tropel.
Se altera la armonía del sitio. Mi familia y yo; ya hemos ordenado el menú.

De pronto el lugar es un hervidero, las mesas llenas, gente gritando, caminando entre las sillas empujando con disculpas, niños berreando, el olor a pasajero trasnochado.

Apresuramos la estadía.

Antes de re tomar a la vía, necesito ir al baño.

Me apresuro al área de servicios y hay una fila para hacer chichí.

No puedo esperar, rodeo el lugar buscando algún sitio en la pared de atrás.

Al doblar la esquina me encuentro aquel cartel fijo en la pared.

“LA MADRE PA’L GRAN HIJUEPUTA QUE SE ORINE AQUÍ Haga la fila”.

¡Que viaje tan memorable! Nunca olvidaré aquel Cartel de Medellín.


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Jorge Mario Yepes Velázquez
Escribe con un estilo muy impropio, rebelde e irreverente. Salta del dramatismo al humor con la misma facilidad que la humanidad salta de la cordura a la locura. Odia los moldes de la literatura convencional y llena de formalismos en la que los autores escriben aburridamente perfecto.