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Para José

Soy ciega de tu ojo sano, eres sano de mi ojo enfermo. Acostados, el mundo se completa cuando la mitad de nuestros rostros se hunde en las almohadas.

Por la noche, mientras atraes los sonidos de los astros a tu garganta, la Luna abre mis párpados y se iluminan las espirales de tu cabello donde busco los recuerdos de nuestra infancia. Brillan los atajos de tu piel parda; se convierten en constelaciones que apuntan siempre al lado ardiente de tu rostro, ese donde guardas las oraciones más dulces, donde escondes como duende los besos que me robas y que sellas con la palabra prohibida que los amantes solo pronuncian en soledad.

El Sol que despierta al mundo hace tintinear tus pestañas cuando el insomnio me deja demasiado tiempo en vela, incapaz de acompasar mi respiración agitada con la tuya, tan bailarina, que sube y baja con el algodón que cubre tu pecho.

Y te envidio. Porque mientras duermes, me despiertan los miedos que se apilan como pendientes en una espalda cansada. Se me despiertan las moléculas irascibles que se encienden como petardos a la menor provocación de luz, bajo este techo de espejo que no hace más que rebotar la nostalgia hacia mis sienes. ¿Recuerdas la primera vez que me dijiste que me querías, con tus ojos clavados en el pasto y la voz ahogada en la música extraña que elegían aleatoriamente entre todos? ¿Recuerdas la primera vez que te tomé de la mano y estabas tan nervioso que la escondías y tuve que atarla entre mis dedos para que no me soltaras? ¿O recuerdas la carretera iluminada por las estrellas, que jugaban a perderse entre las montañas de Colima y no se detuvieron hasta que bajamos del coche y las bautizamos con los nombres que nos dieron en vidas pasadas? Pero claro que no piensas en estas cosas, porque duermes tan alto que me sacudes el sueño.

Quiero tocarte, pero me da miedo el frío que nos separa. Me da miedo quedar anclada al calor de tu rostro y no encontrar el ánimo para retirar mi mano y dormir sola nuevamente.

Tus manos buscan mi cuerpo; eso me asegura que mis pensamientos han volado directo a tu memoria como pajaritos de papel.

Eres sano de mi ojo ciego, soy sana de tu ojo enfermo. Completamos el desfile de la noche cuando cerramos ojos.


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