Estamos rotos. Pero nos enseñaron a sonreír para la selfie. A decir “todo bien” aunque nos estemos desarmando por dentro. La salud mental se volvió un hashtag bonito, una excusa para vender apps de meditación y libros de autoayuda escritos por gente que jamás pisó el infierno que cargamos cada día.

Nos quieren funcionales, no sanos. Que produzcamos, que rindamos, que lleguemos a tiempo. Si explotamos, nos recetan algo. Si lloramos, nos dicen “tenés que ser fuerte”. ¿Y si no queremos ser fuertes? ¿Y si solo queremos que alguien nos escuche sin cronómetro, sin diagnóstico express, sin convertirnos en otro número para el Excel del ministerio?

Vivimos en un mundo que enferma y después nos culpa por no estar bien. Que nos aliena, nos aísla, nos exprime… y después nos dice que el problema está en nuestra cabeza, no en el sistema que nos devora vivos.

No es que estemos locos. Es que este mundo es una máquina de ansiedad, de insomnio, de vacío. Y nosotros, en vez de rebelarnos, seguimos actuando como si todo fuera normal. Como si no supiéramos que el silencio de uno es el grito de todos.

Ya es hora de dejar de fingir. Estamos mal. Y no es culpa nuestra.


¿Te gusta? ¡Compártelo con tus amigos!

¿Cuál es tu reacción para esta lectura?

Profundo Profundo
0
Profundo
Impactante Impactante
0
Impactante
Genial Genial
0
Genial
Original Original
0
Original
Editor

0 Comentarios