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No conozco el cangrejo formidable que atenaza sobre el pecho todo el tiempo.

No me ahoga una sandía gigantesca sobre el torso

donde quiebra las costillas de los vivos y esternones de fantasmas.

Yo me quedo sin sosiego cuando veo mi fantasía

con su manto negro en las cosas extintas de la historia.

Yo no vivo con el áspid de Cleopatra en los pezones

inyectando en la sangre mil venenos;

yo no siento esas fauces de Karnak, ni Tebas sobre el Nilo.

Tengo los ojos disgustados por llorar toda la noche,

y llenos los pulmones con el aire de suspiros apagados.

No percibo ese dolor en mi cabeza como ave muerta sobre arenas de una playa;

no me duele así, no,

como espinas de corona en la inquietud incierta;

me conmuevo de mirar la tempestad cuajada sobre un agua marítima de angustias,

cuando pienso en el lamento de los náufragos

y un grave capitán que en seis idiomas proclamó esa ruina.

No me quedo suspendido por las noches cuando viene la onza de mis sueños

y me rasga el estómago con garfios,

lo abre y me devora las entrañas.

Yo me quedo en el obscuro sentimiento

cuando exprimes como un cítrico mi corazón que te he ofrecido

y lo escurres y vuelves destejido,

para olvidarlo luego.


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