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Todas eran Esther en ese mundo

mujeres de tierra donde el tiempo es una cosa de agua

y el aire lleno de burbujas.

Cada una estaba unida al fuego

del pan

dulce y leche tibia entre caricias.

Entre la huerta y el olvido.

Vivían cerca de plantas, del patio y la azotea

donde las velas de un barco imaginado

soplaban canciones del mar y los piratas.

Fantasmas de tela y miedo,

vueltos conjuro en su lenguaje antiguo, de muertos

y amor prohibido.

Resguardo entre los brazos de cal, ceniza y cloro.

Con una voz de acordes viejos, una memoria acusa aquel delito

pero el desmayo es mudo

la turbación muy sorda

el desengaño ciego y las manos molusco tocan la piel de fantasía

La boca pide sudor de sienes y de cuello

que sabe a olivas.

Buscan el ángel con voz de cerro y bosque

que las miró una tarde almíbar en el cielo

para guardar un vientre inagotable

con el recuerdo de la tierra negra que se quedó tardía:

sólo vive en su mirada triste.


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