La epopeya de las voces ahogadas
Nos dicen que somos fuertes,
que somos iguales,
pero en cada calle, cada esquina,
nuestros cuerpos son territorios en guerra.
Nos enseñaron a caminar con miedo,
a sonreír a medias,
a acallar la rabia con “gracias” y “disculpa”.
Nos lo dijeron de tantas formas:
el miedo es una moneda de cambio,
y nuestra vida, un precio que no cuesta nada.
Nos matan con silencios,
nos matan con cuchillos,
con promesas rotas y excusas baratas.
Nos matan en las sombras,
en las puertas cerradas,
en la mirada que no se atreve a preguntar,
“¿por qué?”
Pero somos tantas,
tantas que el silencio ya no basta.
Somos todas las que fuimos y seremos,
y no nos vamos a callar,
porque nuestra rabia es más fuerte que cualquier excusa.
Nos arrancan, pero nos levantamos,
nos cortan, pero no nos quebramos,
nos niegan justicia,
pero la vamos a exigir,
porque nuestros cuerpos ya no son tierra fértil para el olvido.
Y cuando se acaben las palabras,
seremos gritos,
seremos caos,
seremos la memoria de cada mujer
que ya no está.
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