a Mario Gálvez y Carlos Macías
Era el siguiente en hacerlo. Habíamos llegado al punto. Aquí ya no hay retorno. El receso más largo. La guardia más temible. Nosotros no te poníamos a levantar papelitos. Éramos más serios. Nuestro macavity siempre fue el más temido. Yo nunca quise golpearlos verdaderamente. Pero a veces uno actúa desde la propia ineptitud o la inmolación de su voluntad. Tenía que hacerlo. Entre los más grandes siempre fui el más pequeño. Entre los más feroces siempre fui el más manso. Ojalá el pobre de Aureliano aún viva, como me gustaría verlo para disculparme.
Cuando teníamos el poder, teníamos el poder. Hasta la señora de la cooperativa nos daba a cada uno nuestra coca en bolsita para llevar la fiesta en paz. Éramos temidos, evitados. Nunca pude declararle lo que sentía a Rosita porque me daba pena que la vieran conmigo. Ella tan agradable con todos. Yo un bueno para nada que vivía de molestar a otros. El día que dejamos en calzones al Aureliano fue el último día que volví a hacer un puño. Rosita angustiada mirándome con rabia entre sollozos, viendo como lo íbamos destapando. Uno por uno. Yo me quedé su chamarra de piel. Él no debía llevar a la escuela una chamarra de piel. El no debía saber eso. Él no debía nada. Él quiso ser mi amigo el primer día. Él me prestó cinco pesos para unas cartitas que coleccionamos. Él me dijo que de grande quería ser astronauta. Que un día me saludaría desde la estación espacial. Y yo solo hacía como que lo escuchaba.
Un día ya no me quiso decir nada. Simplemente no me esperó al final de la jornada. Supuse que había pasado algo. Pero ni él ni yo dijimos nada. Pasó el tiempo y cuando lo vi con otros chicos riéndose y jugando fui y le rompí la cara. Él no sabía nada. Lo mantuve en gravedad cero a puro trompazo limpio. Y le dejé la cara chata y amolada como dicen que se ve el lado oscuro de la luna. Ese día, me hice amigo del macavity. Aureliano no hablaba de ganchos ni de cruzados. El macavity se sabía el rosario en esos temas. La cosa marchaba bien en apariencias, te digo que hacíamos lo que queríamos hasta después de aquel día que lo encueramos. Después de eso. En la escuela comenzaron a tratarnos como fantasmas. Como si no existiéramos. Ley del hielo, papá. Comenzamos a destrozarnos entre nosotros y la pandilla se deshizo. Un día quise pedirle disculpas al Aureliano por haber sido tan malo y por haberle causado tanto dolor. Pero lo vi caminando de la mano con Rosita. Y me dio mucho coraje. Cachetada con guantelete del infinito. Por eso nunca he entendido el lenguaje de los puños.