Te dicen que es un “conflicto”,
pero es una masacre,
y tú lo ves en la pantalla
como quien mira una película,
con la mano en el mando,
cambiando de canal
cuando el horror ya no te da entretenimiento.
Te hablan de “territorios”,
pero es gente, hermano,
son niños, son madres,
son vidas rotas,
no son números en un informe
que puedas ignorar
mientras sigues tomando tu café.
Y ¿qué haces tú?
Te quedas callado,
como si todo fuera lejano,
como si el sufrimiento no oliera
a tu mismo aire,
como si las bombas no rebotaran en tu pecho
y el polvo de Gaza no se metiera en tus pulmones.
Lo llamas “political game”,
como si fuera un tablero de ajedrez
donde los peones no tienen rostro,
pero esos peones son carne,
son sangre,
y cada bala que cae
también te apunta a ti,
aunque no quieras verlo.
Y no me vengas con tu historia de “no es tan fácil”,
porque no hay excusa para mirar para otro lado,
no hay justificación para callar ante el genocidio
mientras tu “progreso” sigue adelante,
como un tren que pasa
sin detenerse en el desastre.
Gaza arde,
y tú sigues mirando,
con tus hashtags de “paz”
y tu café de media tarde,
pero la guerra no se detiene
por tu indiferencia.
Lo que está pasando allí
es lo que podría pasar aquí,
porque el silencio también mata.
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