Nosotros los santos de redes sociales, los que compartimos documentales y escribimos “qué horror” en los comentarios. Nosotros, los que vemos Narcos con fascinación y después decimos que “es una vergüenza para el país”.
Nosotros, que decimos odiar al narco, pero bailamos sus corridos, usamos sus palabras, admiramos su estilo cuando se pone de moda el “aesthetic peligroso”.
Nosotros construimos al monstruo. Le dimos hambre, le dimos fama. Porque mientras gritamos por la paz, seguimos consumiendo todo lo que él vende: coca, series, lujos, miedo, desigualdad.
Nos da asco ver cuerpos colgados, pero no nos molesta ver un Lamborghini en TikTok financiado con sangre. Queremos que el narco desaparezca, pero no estamos dispuestos a dejar de consumir lo que lo mantiene vivo.
Y claro, culpamos a los pobres que cargan rifles, nunca a los banqueros que lavan los millones. Nunca a los políticos que se hacen los ciegos. Nunca a nosotros, que ponemos la demanda.
El mito es este: pensamos que el narco es el otro.
Pero el narco somos nosotros con más dinero y menos miedo.
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