Nosotros crecimos viendo cómo todo se pudría desde adentro, pero con una sonrisa en la cara y la bandera bien planchada. Nos dijeron que el futuro era estudiar, portarse bien, respetar la ley. Pero también nos enseñaron que el que tiene billetes es el que manda, y el que manda no siempre es el que viste de traje… a veces trae botas, radios, y un convoy blindado.
Nos vendieron el cuento del narco como si fuera ajeno, como si fuera un monstruo que llegó del infierno. Pero no. Lo parimos entre todos: gobiernos corruptos, empresarios cómplices, policías con precio y un sistema que nos enseñó que la vida vale menos que una camioneta con vidrios polarizados.
Nosotros lo sabíamos, pero mejor calladitos. Porque el que habla mucho, amanece en una bolsa. Y el que protesta, acaba en una estadística. Aprendimos a hacer como que no vemos, como que no escuchamos, y a cambiarle de canal cuando las balas suenan cerca.
Mientras los cárteles se reparten territorio como si fueran dueños de la tierra, nosotros seguimos pagando impuestos para que nos cuiden los mismos que les abren la puerta. Nos dijeron que había guerra contra el narco, pero en realidad es guerra contra el pobre, contra el que estorba, contra el que no se acomoda.
Y aquí estamos. Nosotros, los espectadores, los sobrevivientes, los que fingen normalidad en un país donde la violencia no es noticia, es rutina. Pero, hey, que no se note la sangre, que hay que mantener la inversión extranjera.
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