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Si usted ha pasado recientemente por una ruptura amorosa, si el día de hoy despertó por la mañana y no se siente tan atractivo, si su vínculo sexual de los sábados lo dejó plantado, o si simplemente necesita algo de oxitocina, existe un paliativo. Y pese a que es muy criticado, también es muy recurrido: Las aplicaciones de citas.

Si bien existe incredulidad por parte de muchos reacios a descargarlas e insatisfacción por parte de los que se aventuraron en ellas, hay que admitir que en esta era es inevitable que nuestra esfera social, laboral, y ahora amorosa se vuelquen en la virtualidad. Según un estudio de Stanford, en esta década más del sesenta por ciento de las personas en EU conocen a sus parejas a través de internet. Y la cosa va pintando muy parecido en México. Sin mencionar que a estas alturas existe una generación llamada tinder babys, que es un término asignado a los bebés de parejas que se conocieron a través de apps de citas. (Entre ellas Bumble; Hinge; Facebook couples; e incluso Instagram, que ya funciona como un app donde si uno crea un perfil estético y usa los filtros correctos, se consigue que potenciales ligues aparezcan de la nada).

Las aplicaciones de citas nos ofrecen lo que diferentes tipos de herramientas le han brindado al individuo posmoderno: delegar tareas que le causan dolor de cabeza. O en este caso, de corazón. Así, podemos disfrutar de los beneficios de la tarea ejecutada sin el esfuerzo de haberlo hecho nosotros mismos. ¿Las ventajas? Más tiempo, comodidad, menos fatiga. Por la contra parte, el haber resuelto fenómenos cotidianos con atajos ha impedido que desarrollemos las aptitudes y fortalezas que implican dicha resolución.

En siglos anteriores las parejas se conocían gracias a matrimonios concertados. Y en la primera mitad del siglo pasado se encontraban a través de familia, amigos, trabajo, o incluso clubes deportivos. Que usted perteneciera al mismo círculo social que la persona de su interés funcionaba como un tipo de aval que le otorgaba una ventaja enorme. Sin embargo, la labor de convencimiento seguía siendo crucial. Posteriormente, en los sesenta emergió la revolución sexual y fue entonces cuando abordar a personas extrañas en los bares o en los conciertos fue socialmente aceptado e incluso rindió sus frutos.

Y en tanto los vestigios de esas posturas aún persisten, lo cierto es que los códigos de conducta se han modificado lo suficiente como para que este tipo de comportamientos reciban, hoy día, el nombre de acoso y sean condenadas socialmente. Imagínese que una persona a la cual usted no considera atractiva se le acerca, invade su espacio personal, le confiere un piropo que usted no aprecia, tal vez hace contacto físico y le pide su número de teléfono. Definitivamente estamos ya en otros tiempos. Y en estos tiempos lo que reina y manda es la virtualidad.

En los noventa nacía el speed dating en California y poco después los sitios web de parejas. Posteriormente en los dosmiles las aplicaciones de citas tuvieron tal impacto, que desde entonces han reconfigurado nuestras relaciones interpersonales. Las apps han permitido delegar la engorrosa tarea de juntar el coraje para aproximarnos a alguien, presentarnos, inaugurar una conversación, y rezarle a dios que a la otra persona le parezca divertida y nos juzgue lo suficientemente apuestos e interesantes.

Ahora todo está a un swipe de distancia. El miedo que usted sentía al acercarse a alguien ahora se lo ahorra. En cuestión de minutos y sin gastar ni un peso (si aún no adquiere la versión premium) puede obtener un catálogo de todos los solteros elegibles en un radio de veinticinco kilómetros que tengan intereses similares a los suyos y que oscilen entre los treinta y cuarenta (suponiendo que le gusten con experiencia). Sin necesidad de interactuar personalmente, los matchs de personas extrañas, que prácticamente significan “si te quiero conocer” o “sí te quiero c****”, aparecerán como un torrente. Si usted es mujer, en definitiva obtendrá múltiples matchs. Y si usted es hombre, suba una foto medianamente decente y escriba en su perfil “me gusta cocinar, el vino y los animales”. Sucederá lo mismo. Incluso hay solteros que explicitan su situación económica en línea: “Tengo mi propia casa” o “Tengo un trabajo estable”. De esta forma argumentan ser un buen partido.

Pero el verdadero problema es que a  pesar de que las apps de citas navegan con la bandera que nos promete encontrar el amor, lo cierto es que la mayoría de personas se suman a ellas con la esperanza de encontrar validación.

Frente a un catálogo innumerable de opciones y con la palanca en la mano lista para elegir y desechar a nuestro ritmo y antojo, la realidad es que el proceso de conocer a personas con un interés sexual o romántico se ha vuelto un día de compras en línea. Sin necesidad de acudir a la tienda ni gastar en gasolina. Uno elige el producto (sensación de control), recibe un cumplido por parte de éste (validación), el producto nuevo llega a casa (emoción), nos lo probamos (evaluación) y si no nos gusta lo devolvemos a la tienda de Tinder (sensación de poder). O en otras palabras, lo ghosteamos después de la primera cita. Bloqueamos su número y al no tener conocidos en común se vuelve imposible que alguien nos recrimine nuestra falta de empatía. Esto, claro está, tiene sus desventajas si usted se encuentra en el lado del que es rechazado. A lo cual, los sitios de citas le ofrecen una solución: vuelva a la app, tome el control y ahora sea usted el que deseche.

Mensajes ignorados, ghosting, citas canceladas abruptamente, acciones egoístas. Un eterno ciclo que oscila entre la validación e insuficiencia. Entre esperanza y frustración. O control e incertidumbre. Los preceptos morales que regían las relaciones han comenzado a diluirse y los terrenos sentimental y sexual se tornaron ya, un juego impersonal.

Nos situamos, entonces, ante la dinámica imperante de las relaciones afectivas actuales, en las que ya no se enaltece el amor sino que se romantiza la autonomía de los individuos. Lo racional. El control. El autodominio. Una posición de distancia y desapego con respecto al otro, desde la que se aspira a no prestar mucho interés o ni siquiera el suficiente. Y ese aparente desinterés es sólo una estrategia con la cual podemos seguir obteniendo los beneficios de relaciones afectivas (como la validación y el contacto físico) sin las inconveniencias que éstas conllevan. Todo con el fin de ser impermeables a la aflicción que provoca el desamor o rechazo. Perseguimos, entonces, una utopía del amor sin riesgos: sin contragolpes, sin vulnerabilidad, sin la tragedia de la soledad que implica el abandono.

A estas alturas, después de veinte años de permear en el ámbito social, las consecuencias de las aplicaciones de citas han traspasado la virtualidad. Si usted tiene de veinte a cuarenta y sale en encuentros “románticos” (énfasis en las comillas) lo más probable es que se haya enfrentado al ghosting, love bombing, gaslighting, pocketing o simplemente a tratos poco considerados.

Como hemos dicho, la esfera virtual se ha vuelto inevitable. Es parte de nuestra cotidianidad en un mundo globalizado. Pero debido al uso que le hemos dado a la tecnología para resolvernos tareas cognitivas e intuitivas, hemos perdido las habilidades que desarrollábamos en la gestión de problemas. Una de ellas, la resiliencia. Si a esto se le suma que nos aproximamos a las apps de manera poco responsable o empática, se transforma paulatinamente la forma de vincularnos. Es amargo pero necesario sopesar la idea de que detrás de muchas de nuestras aproximaciones cotidianas hacia otros, perseguimos la posibilidad de ser deseados, y no la de construir vínculos afectivos y solidarios. Como somos seres cambiantes y sentimentales, es probable que éstos vínculos impliquen pasar por periodos que conlleven dolor. Aún así, es necesario atravesar a éste para adquirir madurez y afrontar los días con temple. Sin embargo al dolor, evidentemente, le tememos y huimos.


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