Una orfandad de astros
Ayudado por mis amigos
encuentro la copia de mi retrato.
Sitio perfecto,
narciso,
pliego seguro,
para desplegar mis rasgos…
arcillosos,
duros,
representan un coro de luces,
sombras
y al mismo tiempo,
una orfandad de astros.
Mis ojos, por ejemplo;
desbordan lágrimas utópicas:
gotean por las mejillas besadas apenas
por ninfas trastocadas,
bajan mis costillas una a una
y ruedan absurdas,
casi livianas,
hasta encontrar el pozo de mi ombligo.
Y mi nariz,
¡Oh! mi nariz indeleble,
husmea lo indescifrable,
amuralla los aromas y sofoca así
la volátil necedad de estornudar.
Y luego mi boca,
escotillón austero,
madriguera de palabras zafias,
donde cohabitan retruécano e hipérbaton,
blasfemia y salmodia
para seducir a mi lengua,
obcecada en lamer obscenidades.
Mi boca,
hoguera de canciones cribadas
en noches amorosas y amaneceres tibios;
mi boca,
voraz,
incapaz de herir
pero expedita al beso, loca.
Y para rematar, atorrantes amigos míos,
ayudantes solícitos, comediantes,
duchos en el arte de mostrar retratos;
enraízan mi fundamental aspecto
en un espejo virgen,
intacto,
inmaculado;
donde solo acierto a ver la placa
de mi flaca,
radiológica,
calaca.
