Ustedes se indignan, claro. Gritan “¡corruptos!” cuando ven al político en TV con traje nuevo y sonrisa de campaña. Se rasgan las vestiduras cuando se filtra un audio, cuando se cae una licitación, cuando la obra pública termina en pasto y abandono. Pero cuando llega la oportunidad… también piden su tajada.
Porque ustedes no le dicen “corrupción”. Le dicen “mordida”. “Favorcito”. “Conexión”. “Así es como se mueve todo”. Pagan para saltarse la fila, cobran por abajo de la mesa, inflan facturas, se cuelgan del cable. Pero eh, no es lo mismo, ¿no?
Ustedes votan al que “les cae bien”. Al que promete asado, no ideas. Al que va al barrio a dar la mano, mientras con la otra firma contratos con empresas fantasma. Y después se quejan. Como si no hubieran sabido desde el principio. Como si no lo hicieran también en pequeño. En cotidiano. En callado.
La corrupción no vive en los palacios: vive en sus excusas. En su “todos lo hacen”, en su “yo solo sigo el juego”, en su “si no lo hago yo, lo hace otro”.
Y después lloran por hospitales sin insumos, por escuelas que se caen, por sueldos que no alcanzan. Como si no tuvieran nada que ver. Como si fueran víctimas y no cómplices con credencial de elector y moral selectiva.
Así que sí: el país se cae a pedazos.
Y ustedes ayudan con cada empujoncito.
Pero tranquilos.
Con recibo, todo se justifica.
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